EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
a) El cristiano ante la enfermedad:
Es un hecho evidente e innegable que el organismo humano, como todos los organismos vivientes, tiene su ciclo de nacimiento, de desarrollo y de madurez; también de desintegración y decrepitud. Es ley biológica. Esta desintegración paulatina se irá retardando a medida que suban el nivel de vida y los cuidados; pero, inevitablemente, algún día llegará.
Los cristianos sabemos que la pasibilidad y la muerte son, en el orden histórico, una consecuencia del pecado original de nuestros primeros padres[430]. Sin embargo, Dios, en su plan providente, ha permitido la enfermedad y la muerte, por varias razones:
1. La enfermedad hace que el hombre tome conciencia de su propia debilidad y total dependencia respecto de su Creador;
2. La caducidad de esta vida temporal le hace despegarse de las cosas de este mundo y del excesivo deseo de esta vida pasajera, pues su alma está hecha para lo inmortal y a ella aspira;
3. La enfermedad exige vencimiento, esfuerzo y lucha. Esto templará su ánimo para que pueda superar otras dificultades a lo largo de su vida;
4. El dolor vivido en carne propia -aceptando con resignación los planes divinos- le prepara para ser compasivo con el prójimo y generoso de espíritu.
5. La enfermedad también tiene un gran valor: ayuda a madurar el espíritu.
La enfermedad no se debe ver como algo malo sino como un castigo amoroso del Padre que nos educa: el dolor y el castigo muestran la maldad del pecado[431]. Y, siendo el plan providencial de Dios educarnos en el dolor, convenía que también nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo, fuera probado en el dolor, para que en Él tuviéramos ejemplo: “Él tomó sobre si nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores[432].
El cristiano puede asociarse a la Pasión del Salvador, con sus dolores y sufrimientos, frutos de su enfermedad o del paso de los años, ”ofreciéndose al Padre como hostia viva, santa y agradable a Dios”, como aconseja San Pablo[433]. De modo que, ”si sufrimos con Él, con Él también seremos conglorificados”[434]; Así “completaremos en nuestra carne, lo que falta a la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia”[435].
El mismo Concilio Vaticano II, considerando el carácter social del sacramento de la Unción de los enfermos, afirma que: “toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al señor sufriente y glorificado" ya que ellos "contribuyen al bien del pueblo de Dios sociándose a la pasión y muerte de Cristo[436].
Los Evangelios resaltan la misericordia del señor con los que padecen toda clase de enfermedades corporales o espirituales. El trato delicado del señor con los enfermos se manifiesta en que: toca sin repugnancia a los leprosos para curarlos[437]; les defiende de la falsa acusación de que su enfermedad es consecuencia del pecado personal o de sus antecesores[438]; a veces, Èl sale al encuentro de algunos enfermos para curarles[439]; en otras ocasiones, Èl mismo se ofrece a ir a casa del enfermo[440], incluso aunque ya haya muerto a causa de la enfermedad[441].
Una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos. La compasión del señor por los que sufren le lleva a identificarse con ellos hasta tal punto que, visitar a los enfermos es visitar al mismo Cristo[442].
b) El cristiano ante la muerte:
Todos estamos amenazados de muerte, ya sea por causas internas al organismo (p.e. enfermedades que afectan algún órgano vital), ya sea por causas externas (p.e. lesiones producidas por accidentes o heridas derivadas de catástrofes naturales: terremotos, naufragios, etc.) o hechos fortuitos (guerras, enemigos, etc.).
A esto muchas veces hay que agregar los dolores físicos de la enfermedad que no sólo afectan a quien los padece sino también a aquellos que velan por el enfermo. En definitiva, entre la vida y la muerte sólo media un paso.
Podemos mencionar como causa histórica de la muerte al pecado. En efecto, San Pablo afirma que: por un solo hombre entró el pecado en el mundo; y por el pecado, la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron[443].
Es doctrina común de los Santos Padres -San Cipriano, San Agustín, San Atanasio- que, habiendo estado el hombre destinado a la inmortalidad, no por condición natural, pero sí por gracia del Creador, con aquella primera transgresión en el paraíso perdió el don preternatural de la inmortalidad.
La doctrina de la condición preternatural de la inmortalidad en el hombre es doctrina común de los teólogos y la ha sostenido y defendido el Magisterio, por ejemplo, al condenar la siguiente proposición de Miguel Bayo: la inmortalidad del primer hombre no era beneficio de la gracia, sino condición natural.
Pero, Cristo, con su muerte nos rescató de la muerte, porque Èl vino a dar su vida como rescate por la multitud”[444]. “ Él, que murió pero resucitó, está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros”[445]. Cristo destruyó la muerte e iluminó la vida[446].
Esta victoria de Cristo sobre la muerte se transmite a todo el que cree en Él,afianzándole en la esperanza de la resurrección: yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás[447]. Por tanto, en y por la victoria de Cristo sobre la muerte, el cristiano vence y supera su propia mortalidad.
El Concilio Vaticano II enseña que: la semilla de inmortalidad que el hombre lleva en si se levanta contra la muerte. Todos los inventos alcanzados por la técnica humana no son capaces de calmar la ansiedad del hombre, pues ninguna prolongación de la vida biológica satisface plenamente aquel deseo de una vida ulterior que radica en lo más íntimo de su corazón.
La Iglesia, fundada en la divina revelación, afirma que el hombre ha sido creado para un fin dichoso que está más allá de los límites de esta miserable vida terrena. La muerte corporal será vencida cuando el hombre sea restituido por Cristo a la incorruptible vida divina que perdió por su propia culpa[448]. Ante la realidad de la muerte el cristiano debe permanecer vigilante porque en la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre[449].
Naturaleza, efectos, sujeto y ministro del sacramento de la Unción.
a) Naturaleza:
La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe uno especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos:
El Concilio de Trento enseña que este sacramento fue instituido por Cristo nuestro señor como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por san Marcos[450], y recomendado a los fieles y promulgado por el apóstol Santiago.
"¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre Èl y le unjan con óleo en el nombre del señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el señor hará que se levante, y si hubiera cometidos pecados, le serán perdonados"[451].
En la tradición litúrgica, tanto en Oriente como en Occidente, se poseen desde la antigüedad testimonios de unciones de enfermos practicadas con aceite bendito. En el transcurso de los siglos, la unción fue conferida, cada vez más exclusivamente, a los que estaban a punto de morir y por ello había recibido el nombre de "extremaunción". A pesar de esta evolución, la liturgia nunca dejó de orar al señor a fin de que el enfermo pudiera recobrar su salud si así convenía a su salvación.
Según Sant 5, 14 ss. los presbíteros tienen que ungir al enfermo (materia del sacramento) y orar sobre Èl (forma del sacramento, que determina el significado de la unción). Y esta oración de la fe salvará al enfermo. Por consiguiente, el rito recomendado por Santiago consta de unción y oración. La forma del rito es la oración.
La constitución apostólica Sacram Unctionem Infirmorum del 30 de Noviembre de 1972, de conformidad con el Concilio Vaticano II[452] estableció que, en adelante, en el rito romano, se observara lo que sigue: El sacramento de la Unción de los enfermos se administra a los gravemente enfermos ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras: "Por esta santa Unción, y por su bondadosa misericordia te ayude el señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad"[453].
Según la nueva constitución de Pablo VI, la materia remota es el aceite de olivas -o a falta de éste, por dificultad de encontrarlo en determinadas regiones, algún otro aceite, con tal de que sea vegetal-. El óleo que se emplea en la unción de los enfermos debe ser bendecido por el Obispo; además, pueden hacerlo: quienes por derecho se equiparan al Obispo diocesano; y, en caso de necesidad, cualquier presbítero, pero dentro de la celebración del sacramento[454]; la materia próxima son las unciones hechas en la frente y en las manos; la forma del rito es la fórmula: "Por esta santa Unción...".
b) Efectos:
La gracia especial del sacramento de la Unción de los enfermos tiene como efectos:
a). unir más íntimamente al enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia[455]. El sufrimiento, secuela del pecado original, recibe así un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica de Jesús;
b). darle al enfermo consuelo, paz y ánimo que le ayuden a soportar cristianamente los sufrimientos derivados de su grave enfermedad o de la fragilidad de la vejez;
c). el perdón de los pecados, si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la penitencia;
d). el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual;
e). prepararle para el paso a la vida eterna. Trento dice que si el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos los que sufren enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón "a los que están a punto de salir de esta vida".
La Unción de los enfermos es la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana: si el Bautismo selló en nosotros la vida nueva y la confirmación nos fortaleció para el combate en esta vida, la Unción ofrece al término de la vida terrena un sólido puente levadizo para entrar en la Casa del Padre defendiéndonos en los últimos combates.
A los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción de los enfermos, la eucaristía como Viático. Recibida en este momento del paso hacia el Padre, la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene una significación e importancia particulares: Es semilla de vida eterna y poder de resurrección, según las palabras del señor: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día"[456]. Es prenda de la vida futura.
Así, como los sacramentos del Bautismo, de la confirmación y de la eucaristía constituyen una unidad llamada "sacramentos de la iniciación cristiana"; podemos decir que la Penitencia, la Santa Unción y la eucaristía, en cuanto viático, constituyen, cuando la vida cristiana toca a su fin, "los sacramentos que preparan para entrar en la Patria celeste" o los sacramentos que cierran la peregrinación terrenal.
c) Sujeto:
La unción de los enfermos "no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto de morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez"[457]. Además, se puede administrar “al fiel que, habiendo llegado al uso de razón, comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez”[458].
Es un sacramento reiterable: si un enfermo que recibió la unción recupera la salud, puede, en caso de nueva enfermedad grave, recibir de nuevo este sacramento. En el curso de la misma enfermedad, el sacramento puede ser reiterado si la enfermedad se agrava. Es apropiado recibir la Unción de los enfermos antes de una operación importante. Y esto mismo puede aplicarse a las personas de edad avanzada cuyas fuerzas se debilitan.
d) Ministro:
Trento dice: Sólo los sacerdotes (obispos y presbíteros) son ministros de la unción de los enfermos. Se descarta, por tanto que un diácono u otro ministro inferior -o incluso un laico- pueda administrar este sacramento. Todo sacerdote, y sólo Èl, administra válidamente la unción de los enfermos[459].
Para Santo Tomás aunque los laicos puedan bautizar en caso de necesidad, éstos no pueden hacer el sacramento de la unción, pues, este sacramento no tiene la necesidad del bautismo y su dispensación sólo compete, por oficio, a los sacerdotes. También rechaza que los diáconos puedan administrar este sacramento.
En la Iglesia oriental está extendida la práctica de administrar este sacramento por parte de varios sacerdotes (esto es válido, pues se acomoda al mismo texto de la Carta de Santiago). En la Iglesia latina se entiende que basta un solo ministro puesto que, la palabra presbíteros no hay que entenderla como referida a todos los presbíteros de la Iglesia universal -ni siquiera de una gran ciudad- por la dificultad que habría para convocarlos y la incomodidad para reunirlos en un mismo lugar.
RESUMEN
La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.
La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre si mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que realmente lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Èl.
"¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre Èl y le unjan con óleo en el nombre del señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el señor hará que se levante, y si hubiera cometidos pecados, le serán perdonados"[460].
La Tradición ha reconocido en este rito uno de los siete sacramentos de la Iglesia.
El sacramento de la Unción de los enfermos tiene como fin conferir una gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad grave o de vejez. El tiempo oportuno para recibir la Santa Unción llega ciertamente cuando el fiel comienza a encontrarse en peligro de muerte por causa de enfermedad o de vejez. Cada vez que un cristiano cae gravemente enfermo puede recibir la Santa Unción, y también cuando, después de haberla recibido, la enfermedad se agrava.
Sólo los sacerdotes (presbíteros y obispos) pueden administrar el sacramento de la Unción de los enfermos; para conferirlo emplean óleo bendecido por el Obispo, o, en caso necesario, por el mismo presbítero que celebra. Debe administrarse este sacramento a los enfermos que, cuando estaban en posesión de sus facultades, lo hayan pedido al menos de manera implícita[461]. Lo esencial de la celebración de este sacramento consiste en la unción en la frente y las manos del enfermo (en el rito romano) o en otras partes del cuerpo (en Oriente), unción acompañada de la oración litúrgica del sacerdote celebrante que pide la gracia especial de este sacramento. La unción constituye el núcleo esencial de la celebración: sin ella no existe sacramento.
Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Èl ynos une a su pasión redentora.
Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz[462]. Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban"[463].
El señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre...impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien"[464]; y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre[465]. Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva"[466].
"¡Sanad a los enfermos!"[467]. La Iglesia ha recibido esta tarea del señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos que actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la eucaristía, pan que da la vida eterna[468] y cuya conexión con la salud corporal insinúa S. Pablo[469].
BIBLIOGRAFíA
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- ABAD IBÁÑEZ, J. A., La celebración del misterio cristiano, Segunda edición corregida y ampliada: Enero 2000, EUNSA, Pamplona, pp. 383-411.
- CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, nn. 1499-1532.
- CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO, Quinta edición revisada y actualizada: Abril 1992, EUNSA, Pamplona.