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Pequeñez y debilidad
 
CAPÍTULO II
Pequeñez y debilidad
El primer carácter del niño, es ser pequeño. A medida que crece el niño deja de serlo. La primera cosa para entrar en la vía de infancia espiritual es, pues, hacerse pequeñito delante de Dios.
Ahora bien: hacerse pequeño, es ser humilde, empequeñecerse del todo es ser perfectamente humilde.
Es verse tal como uno es por si mismo, cual sería sin la misericordia divina, es decir, una pura nada, y nada más. Y no solo verse, sino gustar de verse tal como se acaba de decir y alegrarse de esta vista.
Porque uno puede conocer a fondo su miseria y ser un gran soberbio, testigo de esto: Satanás. La verdadera humildad no esta en verse, sino en la vista amada de su abyección.
Es la humildad de corazón, la única verdadera. Tal debe ser la del parvulito.
 
I. – Cuánto debe estimarse y se deseada la humildad de corazón en la vía de infancia
Quieres, pues, alma cristiana, ser ante Dios una niñita amada de su corazón, empieza por hacerte tan pequeña como puedas a tus propios ojos. Trata de conocerte tal cual eres. En ti hay bueno y malo. Todo lo bueno es de Dios; sé fiel en darle gracias. Todo lo malo es tuyo; aprovéchate para conocerte y despreciarte. Pues esta impotencia para obrar el bien, esas malas inclinaciones, ese amor propio, esas faltas – esos pecados – salen de tu fondo y provienen de tu imperfección. Mira todo esto bien de frente. No temas abrir mucho los ojos sobre ese gran montón de miserias. Y sobre todo, no te entristezcas, mas alégrate a medida que en ti descubres nuevas fuentes de incapacidad y nuevos abismos de flaqueza.
Así es como hacía Santa Teresita del Niño Jesús:
“No me aflijo – decía – al ver que soy la flaqueza misma. Al contrario, en ella me glorifico y me resigno a descubrir en mi cada día nuevas imperfecciones. Lo confieso: estas luces sobre mi nada me hacen mayor bien que si fueran luces sobre la fe.” (Historia de un alma, c. IX)
Y sintiendo que este atractivo y aquella luz le venían de Dios, le da gracias como una de las más preciosas que pudiera conceder a un alma. Añadía también:
“El omnipotente ha hecho en mí grandes cosas y la mayor es haberme mostrado mi pequeñez y mi incapacidad para todo bien.” (Historia de un alma, c. IX)
Así, todo cuanto servía para instruirla mejor de su nada le era caro y precioso. Y como nada nos instruye mejor que la experiencia debidamente comprobada de nuestra debilidad, sucedía que sus imperfecciones, lejos de desanimarla, le causaban mas bien alegría, sobre todo a partir del día en que hubo comprendido que hay faltas “(de fragilidad) que no apenan a Dios. ¡Qué me importa – decía ella – caer a cada instante! Así reconozco mi debilidad y saco de ello gran provecho. ¡Dios mío! ya veis lo que puedo hacer si vos no me lleváis en vuestros brazos.” (Carta 5, a su hermana Celina)
He aquí seguramente una de las señales más incontestables de la humildad. El alma verdaderamente humilde no se sorprende nunca de sus caídas. Lo que la extraña no es el caer, sino el no caer mas a menudo y mas gravemente.
¿Se extraña nadie de ver caer al suelo a un parvulito? Casi no puede tenerse en pie. ¿Cómo no va a dar un traspiés? Pero de ordinario cuando los niños caen no se hacen nunca mucho daño, porque jamás caen desde muy alto. Así las almas pequeñitas. Sus heridas nunca son muy graves. Puede decirse que se curan al punto de recibirlas. Además, lejos de quedar debilitadas, sucede aún que se Ievantan más fuertes, porque una vez más la experiencia les ha hecho más humildes. “Mi debilidad constituye mi fuerza” (Carta 1 a la Madre Inés de Jesús),repetía Sor Teresita del Niño Jesús, parodiando a San Pablo. Así hablan todas las almas que han comprendido y saboreado la humildad de corazón.
 
II. – Cómo la humildad de corazón, secreto de la fuerza para el parvulito, le introduce en el caminito y le atrae los favores de Jesús
Pero hay pocas almas que acepten sin reserva esta pequeñez de niño y se alegren sinceramente cuando les es dado experimentar su flaqueza y su impotencia. La mayor parte quieren reconocerse débiles, pero hasta cierto punto. Y a menudo, demasiado a menudo, quieren también tener conciencia de su propia fuerza. Cuando todo va según sus deseos y se sienten generosas y bien dispuestas, con gusto creen, como el Salmista en el seno de la abundancia, que nada podrá abatirlas. Pero si a la hora siguiente, el hastío, el cansancio o alguna dificultad particular sobrevienen, se imaginan que todo está perdido. Y de hecho se las ve vacilar y caer en imperfecciones primero, en desaliento después.
Estas almas no han comprendido la verdadera humildad. No han comprendido que la debilidad del parvulito constituye su fuerza; que cuanto más débil e impotente es por si mismo, más solicitud se pone en ayudarle. A un niño entrado en años ya no se le prodigan los mismos cuidados que al que acaba de nacer.
Así Dios se inclina con mas amor hacia el alma que ve ser la mas pequeña y la mas débil.
Escuchad, si no, lo que dice en el libro de los Proverbios. “Si alguno es pequeñito que venga a Mí.” ¿Pero qué quiere hacerle a ese pequeñito? ¿Por qué le invita a acercarse? Nuestra Santa se hizo esta pregunta. Y al preguntar a los latidos del corazón adorable de Aquel que es Padre antes que todos los padres y por encima de todos, es como halló la respuesta y descubrió el secreto de su caminito.
“Como una madre acaricia a su hi jo, te consolare – dice el Señor; – dice te recostare en mi seno y te meceré en mi regazo.” (Is. LXVI, 13)
Habiendo citado ese texto añade: “¡Ah, jamás palabras más tiernas, más melodiosas han venido a regocijar mi alma”. En efecto: acaba de encontrar el objeto de sus más ardientes deseos. Buscaba un caminito muy recto para ir a Dios; mas todavía: “sintiéndose demasiado pequeña para subir la ruda escalera de la perfección, quería hollar un ascensor para elevarse hasta Jesús.” Y las palabras de la Eterna Sabiduría, de repente se lo descubrieron:
“El ascensor que debe elevarme hasta el cielo – exclama ella – son vuestros brazos, oh Jesús. Para esto no necesito crecer; al contrario, debo permanecer pequeña, debo achicarme cada vez más.” (Historia de un alma, c. IX)
Deben notarse bien estas últimas palabras prestando a ellas gran atención. Pues encierran los secretos más importantes de la vida de infancia espiritual.
“No necesito crecer; al contrario, debo perMANECER PEQUEÑA Y ACHICARME CADA VEZ MÁs.”
Por lo cual debe deducirse una esencial diferencia entre la vida natural y la vida espiritual. En la primera no siempre puede uno permanecer pequeño. Hay crecimiento necesario que pronto o tarde obliga a salir de la infancia. En la segunda, al contrario, cuanto más se envejece, cuanto más se adelanta, más debe uno hacerse pequeñín.
Los pasos hacia delante señálanse aquí por los progresos de la humildad, es decir, por la vista cada vez más clara y más amada de su propia nada; porque cuanto más gusta el alma de verse débil y miserable más apta es a las operaciones del amor que consume y transforma.
Jesús la ama más: “Lo que agrada a Jesús en mi alma, es ver que me complazco en mi pequeñez y en mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia.” (Carta 6 a Sor María del Sagrado Corazón)
Jesús la ilumina: “Porque era débil y pequeñita, se rebajó hasta mí, instruyéndome suavemente en los secretos de su amor.” (Historia de un alma, c. V)
Debe tener confianza en la acción omnipotente de Jesús en ella: “Jesús hacía todo en mí; yo no hacía nada más que permanecer pequeña y débil.”
Veremos más adelante que este trabajo interior de Jesús en el alma no dispensa a ésta del esfuerzo personal. Muy al contrario, convertida en niña pequeñita a los ojos de Dios, debe buscar todas las ocasiones para contentar a su Padre celestial por su generosidad. Pero aquí hablamos de la disposición fundamental de la vida de infancia que ante todo consiste en un estado de pequeñez y debilidad conocido, buscado y amado. Por eso insistimos tanto sobre este punto.
Debemos también advertir que tal estado es siempre posible, en toda edad y situaciones.
Pues según afirmaba la Santa, “puede uno permanecer pequeño aun desempeñando los cargos más tremendos y hasta alcanzar una edad avanzada. En cuando a mi – decía ella – si viviera hasta los ochenta años, después de haber desempeñado todos los cargos posibles, sé muy bien que moriría tan pequeña como hoy.” (Consejos y recuerdos)
No era inútil que hiciera esta advertencia. Demuestra que el caminito conviene a todas las edades de la vida como a todas las condiciones. Nunca es demasiado tarde para entrar en él. Nunca es tiempo oportuno para salirse.
 
Semillitas al Señor  
  "Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florecilla en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras. (Manuscrito A, 3 r°)
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Vos obráis como Dios, que nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si él no las conociese... (Manuscrito C, 32)
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Puedes, por lo tanto, como nosotras, ocuparte de "la única cosa necesaria", es decir, que aun entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tengas por único fin complacer a Jesús, unirte más íntimamente a él. (Carta 228)
 
El Señor y los corazones...  
  ¡Ah, qué verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones!... ¡Qué cortos son los pensamientos de las criaturas!... (Manuscrito C, 19 v°)
 
El Señor Es ternura...  
  Al entregarse a Dios, el corazón no pierde su ternura natural; antes bien, esta ternura crece haciéndose más pura y más divina. (Manuscrito C, 9 r°)
 
El Señor esta siempre con nosotros...  
  cielo que le es infinitamente más querido que el primero: ¡el cielo de nuestra alma, hecha a su imagen, templo vivo de la adorable Trinidad!... (Manuscrito A, 48)
 
Santo Rosario  
   
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