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El amor. Su práctica
 
CAPÍTULO V
El amor.
Del papel e importancia del amor en el caminito.
Su práctica
Tocamos aquí un punto vitalísimo de la infancia espiritual. Lo que es el corazón al cuerpo en la vida física, es el amor al alma en la vida espiritual. El corazón es el que anima todos los miembros y todos los órganos del cuerpo; el amor es quien desde el punto de vista sobrenatural vivifica todas las potencias y todas las virtudes del alma. Si la caridad no anima las virtudes, están muertas. Al contrario, si ella las penetra, las hace vivas y meritorias. En este sentido puédese comparar la caridad a la savia de los árboles; por doquier la savia circula, está la vida; donde ella se detiene, está la muerte.
Mas la savia no es en todas partes igualmente rica y vivificante. Se reconoce su virtud por la abundancia y por la calidad de los frutos; el árbol más fecundo en su especie es siempre aquel por donde la savia más generosa y mejor dirigida, llega más abundante hasta los frutos para formarlos y nutrirlos.
 
I. – El amor, sello distintivo de la Santidad de la Santa, es por excelencia la virtud de los niÑos.
Ahora bien: lo que hace la excelencia de la vida de infancia espiritual y su gran fecundidad sobrenatural, es que el amor es toda su savia y esta savia divina tiende constantemente a expansionarse en flores y frutos de virtudes. En esta vida todo es amor, todo procede del amor, todo termina en amor.
No es que las otras virtudes no tengan allí su lugar y lugar importante. Sabemos que Santa Teresita del Niño Jesús no descuidó ninguna y que todas las practicó en grado heroico; pero en ella la caridad aparece en medio de las demás virtudes como una reina entre sus doncellas.
La caridad es la que empuñaba el cetro, dirigía y gobernaba todo. Más aún: engendraba, llevaba y alimentaba todas las otras virtudes cuyos actos inspiraba. No es que les quitara, con todo, su peculiar carácter o que suprimiese los motivos propios de cada una; pero en toda ocasión añadíales un motivo de amor que pronto se convertía en motivo dominante de su conducta, lo cual hacía de toda su vida como un acto interrumpido de amor.
De tal suerte, que en el Huerto bendito de su alma, no había más que un vergel donde germinaban creciendo y abriéndose todas las flores de virtud, y era el vergel delicioso del amor. Así es como todas las flores que allí nacían, cualquiera que fuese su diversidad, no eran sino flores de amor.
Así Teresita era humilde por la convicción de su nada.
Pero lo era más aún por amor a Jesús y para agradarle:
“Para enamorarte quiero permanecer pequeñita. Abnegándome encantaré tu Corazón.” (Cántico “Sed de amor”)
Era generosa porque había comprendido que es preciso serlo para llegar a la santidad. Pero sobre todo lo era porque “cuando se ama no se calcula».” (“Vivir de amor”)
Practicaba el renunciamiento sin duda porque es la condición del progreso espiritual, pero mas aun para demostrar a Jesús la delicadeza de su amor:
“Cuesta mucho darle cuanto Él pide, pero ¡qué gozo que cueste tanto! ¡No le rehusemos ningún sacrificio, tiene tanta necesidad de amor!” (Carta 4 a su hermana Celina)
Se elevaba a la confianza por necesidad, por el sentimiento que tenía de su incapacidad, pero también y aun mucho más por la inclinación natural de su corazón de niña. Pues al niño le gusta confiarse. Además “a un niño, los padres, si son ricos, no le niegan nada. Mi título de niña – decía ella – me confiere todas las audacias.” (Historia de un Alma, c. XI)
La Confianza eleva hasta el abandono. Pero el amor conduce a él más perfectamente aún. En Santa Teresita, la forma especial del abandono fue el amor, el amor que se entrega sin reservas y sin cálculo, porque es feliz entregándose, viendo en ello una manera particularmente delicada de probar su ternura. Muy joven aún, se había “ofrecido al Niño Jesús para ser su juguetito, su pelotita de ningún valor que podía echar al suelo; empujar con el pie, romper, abandonar en un rincón, o estrechar contra su Divino Corazón, si esto le agradaba. En una palabra: quería divertir al Niñito Jesús, y entregarse a sus infantiles caprichos.” (Historia de un Alma, c. VI) Ya se ve que en semejante acto de abandono el interés personal no entra por nada. Un solo motivo la inspira, dar gozo a Jesús, agradarle a todo trance; es el amor.
Así sucede con el celo. Cierto es que las almas que se pierden inspiran a Sor Teresita gran compasión. Pero lo que sobre todo se propone, al trabajar por su salvación, es dar a Nuestro Señor corazones que le amen: “Sólo una cosa debe hacerse aquí abajo – le gustaba decir: – amar a Jesús y salvarle almas que le amen eternamente.” (Carta 6 a su hermana Celina)
Finalmente, en su esperanza, lo que hace latir más dulcemente su corazón, no es el pensamiento de la gloria del cielo. Esta gloria ella la deja para sus hermanos los Ángeles y santos, a quienes pertenece por derecho. En cuanto a ella, sólo el amor la atrae hacia la patria celestial. “¡Oh, amar, ser amada y volver a la tierra para hacer amar el Amor.” (Historia de un Alma, c. XII)
Así comprendida, la vida espiritual es la vida de la santa infancia, calcada en la de de los niños, en quienes nada vale, nada obra sino el amor. Incapaz para todo lo demás, el chiquitín sólo es capaz de amar. Pero ama como respira, instintivamente, sin esfuerzo, y su amor, que no se puede manifestar por obras importantes, se traduce al menos en todos sus gestos, en su sonrisa, en sus besos y caricias y hasta en sus lágrimas cuando, asustado o enfermo, se acurruca y se refugia con más fuerza en el regazo materno. El niño no es más que amor; pero es todo amor. ¿Y no es esto lo que tantos encantos le da a los ojos de un padre o de una madre, hasta a los mismos ojos de aquellos que quisieran pasar indiferentes y no resisten a la gracia de su sonrisa de niño?
Y así es como Santa Teresita ha robado tan dulcemente el corazón de Dios N. S., que se ha hecho como incapaz de resistir a sus deseos y plegarias. Ella misma estaba persuadida de esto y su intención era convencernos cuando pocos días antes de morir, decía: “Quiero dar mi caminito a las almas; quiero indicarles los medios que tan perfecto resultado me han dado; decirles que sólo una cosa debe hacerse aquí abajo: ofrecer a Jesús las flores de los pequeños sacrificios, ganarle con caricias. Así es como yo le conquisté y por eso seré tan bien recibida allí arriba.” (Historia de un Alma, c. XII)
Para ser bien recibidos nosotros también por Jesús vayamos a la escuela de la Santa, para aprender de ella como debemos desear, comprender y practicar el amor, para alcanzar como ella la perfección del amor.
 
II. — Como debemos desear el amor y ejercitarnos desde muy temprano a hacerlo todo por amor
Todos los deseos más ardientes de Sor Teresita del Niño Jesús tendían al amor. Consideraba el amor como su vocación propia. “¡En el corazón de mi madre la Iglesia – escribía ella – yo seré el amor!”
Y luego: “¡Lo que yo pido, es amor! ¡OH Jesús, yo no deseo más que la paz!... La paz y, sobre todo, el AMOR sin medida, sin límites.” (Historia de un Alma, c. VIII) “No tengo más que un deseo, el de amar a Jesús hasta la locura. Si, el AMOR es lo que me atrae.” “Yo no reconozco más que un medio para llegar a la perfección: el Amor. Amemos, que sólo para amar está hecho nuestro corazón.” (Carta 2 a María Guérin)
Así la ciencia de las ciencias a sus ojos era la que debía enseñarle a amar tanto como ella lo deseaba. Para procurársela, ningún sacrificio debía parecerle demasiado grande: “¡La ciencia del amor! ¡Ah! esta palabra resuena dulcemente al oído de mi alma. No deseo más que esta ciencia. Por ella, habiendo dado todas mis riquezas como la Esposa de los cantares, estimo no haber dado nada.” (Historia de un Alma, c. XI)
Todas las aspiraciones de su alma ardiente, están condensadas en esta palabra: “¡Jesús! ¡quisiera amarle tanto! ¡Amarle como jamás ha sido amado!” (Carta 4 a la Madre Inés de Jesús)
Y su última palabra al morir no fue sino el eco de su vida entera: “¡Oh! ¡le amo!... Dios mío... yo... ¡os amo!” (Historia de un Alma, c. XII)
Así realizó su sueño: “¡Vivir de amor! ¡Morir de amor!”
Al atardecer de su breve existencia, haciendo un recuento de las gracias con que había sido colmada, Sor Teresita del Niño Jesús exclamaba: “Vuestro amor, ¡Oh Dios mío!, me previno desde mi infancia. Ha crecido conmigo y ahora es un abismo cuya profundidad me parece insondable.” (Historia de un Alma, c. X)
Depositada la caridad divina en cada una de nuestras almas cual germen misterioso en el día de nuestro bautismo, no pide en nosotros otra cosa que expansionarse y crecer. ¡Y cuánto sería de desear que se favoreciera esta floración desde la más tierna edad!
Feliz, pues, el niño a quien una madre cristiana y prudente enseña desde temprano a desarrollar este germen y hacer valer ese gran tesoro, acostumbrándole a obedecer, a orar, a ser caritativo, a hacer pequeños sacrificios ¡por amor de Dios! ¡Feliz niño y feliz madre!
Pero, sobre todo, cuando un alma se pone seriamente al servicio de Dios importa mucho inspirarle el deseo y la estimación del santo amor y es útil habituarla desde el principio a hacerlo todo por amor. Esto no la impedirá aplicarle a las demás virtudes y notablemente a las que son más necesarias a los principiantes, ni trabajar en corregirse de sus defectos. Al contrario, esto será una razón más y más poderosa para entregarse con más ardor y más esmero. Y que no vengan a decirnos que siendo el amor el que debe acabar el coronamiento del edificio de la perfección, sería erróneo querer comenzar por donde se debe terminar.
Sí, es cierto, la perfección del amor debe terminar el edificio; pero también lo es que el amor debe presidir a toda su construcción. Comiéncese por amor, continúese por amor y veremos como no hay mejor obrero de la perfección que el amor.
Ninguno construye más de prisa, ni con más solidez, ni con mayor grandiosidad ni belleza, porque el amor lo hace todo fácil y ligero, y para quien ama, como lo advierte San Agustín, nada cuesta, o si algo cuesta el amor se alegra de que cueste, y trabaja con mas ardor aún.
“Amemos, pues – exclamaba Teresita, – amemos ya que sólo para amar se hizo nuestro corazón.”
Amemos, y a cualquier grado que hayamos llegado de la vida espiritual, no vacilemos en entrar en la vida del amor, ni en desear y pedir por encima de todo el amor. Y Dios, al concedernos este don, nos dará la inteligencia de él, porque puede uno equivocarse. Pero también sobre este punto, Santa Teresita nos va a servir de guía y “su camino es seguro”. No se extravía nadie siguiéndolo.
 
EN QUÉ CONSISTE LA PRÁCTICA DEL AMOR
¿Cómo pues, la Santa, comprendió prácticamente el amor?
 
1. Tratar siempre de agradar a Dios
Nos parece que se puede resumir cuanto ella ha dicho en esta fórmula: “Amar es ocuparse sin cesar en agradar a Dios”, aprovechando para esto las menores ocasiones y poniendo en esos presentes del amor que sin cesar se le ofrecen, toda la delicadeza y la generosidad de que uno es capaz.
Se explicó ella lo más claramente posible en estos términos al final de su vida: “Siempre he permanecido pequeñita, no teniendo mas ocupación que cortar flores, las flores del amor y del sacrificio para ofrecerlas a Dios y agradarle.” (Recuerdos inéditos)
Esta preocupación – “de agradar a Dios” – la animó constantemente hasta en sus menores acciones, dominando los demás motivos sobrenaturales, excluyendo todo motivo de interés personal.
Y ella resumía en estas palabras: “agradar a Dios”, todo el secreto de la santidad, no sólo para si misma, sino para los demás: “Si quieres llegar a ser santa – escribía a una de sus hermanas – esto te será fácil. No tengas más que un fin: dar gusto a Jesús.”
La cosa es muy digna de notarse y quien desea marchar por el caminito del amor, debe dar a eso gran importancia.
Pero ¿y el medio de agradar a Dios, y agradarle siempre?
 
2. Ofrecer a Jesús las flores de los pequeños sacrificios
La Bienaventurada va también a explicárnoslo de una manera tan feliz como encantadora, en una página que es preciso citar toda entera, tan instructiva es.
“Cómo demostraré mi amor, ya que el amor se prueba con obras?
“Pues bien: la niñita cubrirá de flores el trono divino, embalsamándolo con su fragancia, y con voz argentina entonará el cántico del amor.
“Sí, Amado niño, de esta manera se consumirá mi efímera vida en vuestra presencia. No tengo otro medio para demostraros mi amor que cubriros de flores; es decir, no escatimar ningún sacrificio, por pequeño que sea, ninguna palabra, ninguna mirada, aprovechar las menores acciones y ejecutarlas todas por amor.
“Quiero sufrir y gozar por amor; así cubriré de flores mi camino; cuantas encuentre a mi paso, las deshojaré en vuestro obsequio... Además, cantaré, cantaré constantemente, aunque tenga que cortar mis rosas entre espinas; cuanto más largas y punzantes sean éstas, más melodioso será mi canto.” (Historia de un Alma, c. XI)
Ya se ve, nada más sencillo que esta manera de concebir el ejercicio del santo amor. Tan sencilla es que cualquiera puede comprenderla, hasta un niño pequeñito; y nada de extraño, pues es el amor puesto al alcance de los parvulitos.
Amar es, pues, obrar en todo por amor; es hacerlo todo, aceptarlo todo y sufrirlo todo con miras de agradar a Dios, “porque se le ama”. ¿Hay algo más sencillo?
Nada tampoco más fácil ni más practico. Cualquiera puede hacerlo con buena voluntad y el auxilio de la gracia, y esta gracia Dios jamás la niega a quien se la pide. Siempre y en todas partes es posible, en todas las situaciones y en todos los estados de alma, lo mismo en las sequedades y flaquezas que en medio de los consuelos. Escuchemos a la Bienaventurada revelarnos las pequeñas industrias de su amor siempre despierto: “Cuando me hallo en la sequedad, incapaz de orar, de practicar la virtud, busco ocasiones pequeñitas, naderías para agradar a Jesús; por ejemplo: una sonrisa, una palabra amable, aun cuando quisiera entonces callarme o al menos mostrar fastidio. Si no tengo ocasiones, al menos quiero repetirle a menudo que le amo; esto no es difícil y conserva el fuego en mi corazón.
“Aun cuando me pareciese estar apagado este fuego del amor, no dejaría de echar pajitas sobre la ceniza, y tengo por cierto que se reanimaría.” (Carta 16 a su hermana Celina)
 
3. Aprovechar las menores ocasiones y no dejar perder ninguna
De suerte que, ordinariamente, sólo cositas pequeñas podrá el alma ofrecer a Dios. ¿No ha dicho Santa Teresita hablando de si misma?: “Yo soy una alma pequeñita que jamás he podido hacer sino cosas muy pequeñas.” (Historia de un Alma, c. X) Mas precisamente porque el amor no dispone sino de cosas muy pequeñas, no quiere dejar perder ninguna: “No quiero – escribía Sor Teresita – que las criaturas posean un solo átomo de mi amor: quiero dárselo todo a Jesús. Todo será para Él, todo. Y cuando nada tenga que ofrecerle, le ofreceré esta misma nada.” (Carta 2 a la Madre Inés de Jesús)
Verdaderamente es imposible ir más lejos en la entrega de sí misma. Este “todo por Jesús”, practicado sin cesar, es el alma constantemente entregada a todas las exigencias del divino amor, atenta a todas las ocasiones de vencerse y olvidarse para procurar complacer siempre a Dios y darle gusto. Pues se trata de no “dejar escapar ningún pequeño Sacrificio.”
No sólo la niña ofrecerá flores, pero no encontrará ni una sola sin que la deshoje por amor de Jesús.
¡Ni una! ¡Oh! ¡esto va muy lejos! Solo un gran corazón puede concebir tal deseo; sólo un alma decidida a olvidarse siempre puede realizarlo. Estos pequeños sacrificios tornados aisladamente, parecen ser nada. Pero hechos sin interrupción ¡qué aplicación constante y qué renunciamiento universal, qué generosidad suponen!
Esto es lo que no han comprendido muchos que de la vida de la Santa no han retenido más que el lado encantador. Han creído que “el caminito”, según aparece de suave y dulce bajo la pluma de “Teresita”, era un medio poco costoso de llegar a la perfección. Mas no, no es así, no puede ser así. Pues no hay más que un camino de salvación: es el camino estrecho descrito por Jesús, y en este camino no hay más que un modo de caminar en seguimiento del Maestro: es practicar lo que Él dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí y ser mi discípulo, ¡renúnciese a si mismo, tome su cruz y sígame!”
Por lo cual, si el renunciamiento y el sacrificio no tuvieran su lugar marcado en el camino de infancia habría que decir que este camino es engañoso. Pero la verdad es que la abnegación se encuentra en él a cada paso. Lo que ha podido inducir a equívoco, es que el amor, al transformar el sacrificio, lo ha penetrado de tanta dulzura y revestido de tales encantos “que la cruz desaparece allí bajo las flores. Pero allí está siempre la cruz y aquellas flores costó mucho cortarlas”, pues a menudo ha sido preciso buscarlas entre espinas y al precio de heridas muy dolorosas para la naturaleza sensible.
Es cierto que nadie se dio cuenta de que la Niña se hería, porque su sufrimiento lo acompañaba siempre con cánticos de amor, y que su canto no era nunca más melodioso que cuando las espinas eran más fuertes y punzantes. ¿Mas no es esto la perfección y el colmo del sacrificio, no sólo sufrir con agrado, “sino sufrir cantando y cantar tanto más alegremente cuanto más sensible sea el sufrimiento y hacer esto todos los días, continuamente, desde la mañana hasta la noche, hasta la muerte?
 
4. No sólo sufrir, sino gozar por amor
Sin embargo, todo no es puro sufrimiento en la vida; se encuentran también alegrías buenas y legitimas, unas simplemente permitidas, otras queridas por Dios. ¿Será preciso renunciar a ellas? ¿O, si se aceptan, si uno se las concede, permanecerán fuera del amor como si escapasen a su acción? ¿Y habrá así en la vida horas en que, faltando el dolor, faltará también el amor?
Ciertamente que no. Un corazón amante de verdad no podría soportarlo. El amor es voraz. Hace fuego con toda clase de leña y todo le sirve para activar su llama. Por otra parte no quiere dejar nada en el alma ni en la vida fuera de su alcance. Por eso en “el Caminito” donde tan gran papel desempeña el amor, donde es el principal recurso del alma, todo, absolutamente todo, penas y alegrías, puede y debe servir de alimento al amor.
Así pensaba y hacía nuestra Santa. Además ella conocía demasiado bien el Corazón de Dios, más tierno que el corazón de una madre, para creer que nuestro amor no le agrada, sino cuando se ejercita en el seno del sufrimiento.
¡Vaya un padre que seria, en efecto, si tan sólo se complaciera en vernos sufrir! Pero no, no es así.
“Teresita” decía, por el contrario, “que Dios tiene bastante pena. Él que tanto nos ama, de verse obligado a dejarnos en la tierra cumpliendo nuestro tiempo de prueba, y que debe complacerse en vernos sonreír.” (Espíritu de Santa Teresita)
Ella escribía: “Paréceme que si nuestros sacrificios cautivan a Jesús, también le encadenan nuestras alegrías; para ello basta a no concentrarse en una felicidad egoísta, sino ofrecer a nuestro Esposo las pequeñas alegrías de que siembra el camino de la vida, para encantar nuestros corazones y elevarlos hasta Si.” (Carta 3 a su hermana Leonie)
Además, puede creerse que daba a este punto de su “pequeña doctrina” gran importancia, pues insiste sobre él con mucha frecuencia en sus escritos y, particularmente, en sus poesías, donde revela los sentimientos preferidos de su alma.
“¡Mis penas y alegrías, mis pobres sacrificios! ¡tales mis flores son!” (“Echar flores”)
Citemos también aquella frase que nos parece resume mejor su pensamiento. “Quiero sufrir por amor y hasta gozar por amor…”(Historia de un Alma, c. XI) En esta breve frase se pinta Teresita toda entera, y con un rasgo de luz muestra a las almas pequeñitas el camino a seguir para vivir de amor.
 
5. En este “todo por amor”, sonreír siempre a Dios. La delicadeza en el amor
Penas o alegrías, no son en general sino cositas bien pequeñas que un alma de niño puede ofrecer a Dios. Así es que, para darles más valor – pues a los ojos del amor no tienen suficiente, – desea poner en la ofrenda que de ellas hace, toda la delicadeza posible. Tal era la preocupación constante de “Teresita”, y nada tan conmovedor como las delicadezas de su amor para con Dios.
Primeramente, ella deseaba que por su causa no tuviese Él jamás la menor ocasión de pena. Y porque cuando se ama mucho a alguien, se tiene siempre pena viéndole sufrir, sintiéndose muy amada de Dios, ella se ingeniaba en cierto modo para ocultarle sus sufrimientos. A decir verdad, esto en ella no podía ser sino un juego, una ficción del amor, puesto que nada escapa a las divinas miradas. Pero, como ella advierte en otro lugar, cuando se ama, se hacen y dicen locuras. Y no sabiendo expresarse, su amor se manifestaba de esta manera conmovedora. Por eso en presencia de cada sacrificio, como también de cada sufrimiento, había tomado la costumbre de sonreír siempre.
También sonreía a Nuestro Señor que la probaba, y tanto más dulcemente cuanto la probaba más. Y en aquella sonrisa ponía lo mas puro de su alegría. Hacía de ello su cielo en la tierra. Y cantaba:
“Es mi cielo sonreír
A este Dios que adora mi alma,
Mientras probando mi fe
Quiere ocultarme su cara.
Sonreírle mientras se digna
Prodigarme su mirada,
Eso, eso el cielo es
De mi alma.” (“Mi cielo”)
Sonreía a una penitencia que le era particularmente penosa para que – decía Teresita – Dios “como engañado, por la expresión de su rostro, no supiera que sufría.” (Espíritu de Santa Teresita)
Sonreía a todas las voluntades de Dios: “Le amo tanto – decía – que siempre me hallo contenta de lo que me envía... Lo que Él hace, eso es lo que yo amo... Dios mío, me colmáis de gozo por todo cuanto hacéis.” (Espíritu de Santa Teresita)
Tampoco hubiera querido dar ocasión a que su Padre del cielo le negase a ella la menor cosa, sintiendo que hubiera podido tener por ese motivo, aunque no fuera mas que “un poquito de pena”. Por esto jamás pedía para sí misma ninguna gracia temporal, temiendo que su deseo no fuese conforme al beneplácito divino; y cuando la obediencia le mandaba hacerlo, sabía arreglarse de tal modo que dejase a Dios perfectamente libre de escucharla o no, asegurándole en caso de necesidad que si no la escuchaba, ella le amaría más. O bien se dirigía a la Santísima Virgen, la cual, decía ella, se arreglaría con sus pequeños deseos y los sometería o no a Dios, según lo juzgase oportuno.
Tal vez ante tales delicadezas del amor, alguno esté tentado de sonreír. Pero más bien, si conoce un tantico el corazón de Nuestro Señor, si alguna vez experimentó algo de la felicidad profunda que hay para un alma en llamarse hija de Dios, si ha comprendido algo del amor, bendecirá con toda su alma y agradecerá a la Bondad divina que, en su Misericordia inefable, permite a una débil criatura relaciones tan afectuosas con su Divina Majestad. Pedirá para si mismo la gracia de saborear mejor un misterio que solo esta revelado a los humildes y pequeños.
Sin embargo, se guardará muy bien de condenar en los demás un modo diferente de obrar en lo tocante al deseo de las gracias temporales, a condición que no sean obstáculo para la adquisición de los bienes eternos.
La petición que de ellos se hace a Dios puede serle muy agradable, y Santa Teresita desde el alto cielo parece estimularla, como lo atestigua el gran número de favores de esta clase atribuidos a su intercesión. Mas antes de morir, ella tuvo cuidado de prevenir que haría en el cielo como en la tierra y que antes de presentar sus peticiones “empezaría por mirar a los ojos de Dios, para ver si tal era su beneplácito.” (Espíritu de Santa Teresita)
Y si ahora se quiere tener la última razón de tanta delicadeza y generosidad derrochadas en amar a Dios Nuestro Señor, una frase, brotada del corazón de “Teresita”, nos descubrirá el secreto:
“A la hora de mi muerte, cuando yo vea a Dios tan bueno que querrá colmarme de ternuras durante toda la eternidad y que yo nunca jamás podré ya probarle la mía con sacrificios, esto me será imposible de soportar si no he hecho yo en la tierra todo cuanto haya podido para complacerle.” (Espíritu de Santa Teresita)
Semillitas al Señor  
  "Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florecilla en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras. (Manuscrito A, 3 r°)
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Vos obráis como Dios, que nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si él no las conociese... (Manuscrito C, 32)
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Puedes, por lo tanto, como nosotras, ocuparte de "la única cosa necesaria", es decir, que aun entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tengas por único fin complacer a Jesús, unirte más íntimamente a él. (Carta 228)
 
El Señor y los corazones...  
  ¡Ah, qué verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones!... ¡Qué cortos son los pensamientos de las criaturas!... (Manuscrito C, 19 v°)
 
El Señor Es ternura...  
  Al entregarse a Dios, el corazón no pierde su ternura natural; antes bien, esta ternura crece haciéndose más pura y más divina. (Manuscrito C, 9 r°)
 
El Señor esta siempre con nosotros...  
  cielo que le es infinitamente más querido que el primero: ¡el cielo de nuestra alma, hecha a su imagen, templo vivo de la adorable Trinidad!... (Manuscrito A, 48)
 
Santo Rosario  
   
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