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El Santo Abandono
 
CAPÍTULO VII
El Santo Abandono
Para elevarse a la más alta cima del Amor, término supremo del caminito de infancia, el alma tomó sitio en el “Divino Ascensor”. Se ha puesto en los brazos de su Padre celestial, y allí, del todo entregada a su acción de infinito poder, de Él solo espera su completa transformación en amor.
Esta transformación no le es dado a ninguna criatura poderla realizar por si misma. Ya dijimos que sólo Dios puede obrarla; lo cual puede hacer en un instante, pues a sus ojos mil años son como un día. Además, para esto no necesita de nada ni de nadie, sino de la buena voluntad que asegura la correspondencia a la gracia.
Una sola cosa en efecto puede hacer fracasar su poder en un alma y paralizar su acción: es la mala voluntad allí donde existe, pues la voluntad humana fácilmente se inclina al mal y por esto se pervierte. Esta es la razón por que importa tanto en la vida espiritual desprenderse de la propia voluntad para no tener otra sino la voluntad misma de Dios.
Santa Teresita lo había comprendido muy pronto, y desde el instante en que la perfección se le apareció por vez primera en toda su realidad y con todas sus exigencias, exclamó: “Dios mío, sólo temo una cosa: es guardar mi voluntad; tomadla, pues elijo todo lo que queráis.” (Historia de un Alma, c. I)
Dar así a Dios Nuestro Señor su propia voluntad para no tener otra más que la suya santísima; entregarse a esta voluntad infinitamente amable total y ciegamente, con la misma alegría que sienten los que viven de la vida natural haciendo siempre su propio capricho; con el mismo impulso de amor y de confianza que arroja al pequeñuelo en brazos de su padre, echarse en los brazos de Dios y desde allí, en fin, venga lo que viniere, mirar siempre esta bendita voluntad de Dios como la mejor cosa, la más dulce y la más amable, es practicar el santo abandono, del cual nos resta que hablar para hacer conocer uno de los rasgos más característicos de la santidad de Santa Teresita y una de las virtudes mas indispensables de la infancia espiritual.
Pues si en cualquier camino que se siga es necesario el abandono a toda alma que aspira a santificarse, aquí, en el caminito, su papel es capital. Importa muchísimo comprenderlo y tender por una práctica constante a la perfección de esta sublime virtud, que es, con el amor, la virtud mas excelente de los niños.
 
I. – Del papel del santo abandono en el caminito
Se puede decir del santo abandono lo mismo del Amor Misericordioso, que es el término a la vez de todas las virtudes y de todas las debilidades del niño. Es en el “caminito” como una encrucijada en donde se reúnen todos los caminos.
Allí conduce la pequeñez, pues el pequeñuelo siente necesidad de dejarse llevar; allí acude la debilidad, esperando hallar su más firme apoyo.
La pobreza viene solícita para buscar allí su subsistencia siempre asegurada.
La confianza también tiende allí con todas sus fuerzas, pues instintivamente el que confía se entrega, y una entera confianza conduce a un completo abandono en manos del Amigo o del Padre.
Pero, sobre todo, el abandono es el término y la consecuencia del amor. Amar, es darse. Pero la manera más perfecta de darse, ¿no es abandonarse?
El abandono encierra todo el don, con algo de más absoluto en el fondo y más patético en la forma que a la vez le hace más completo y más exquisito.
Así es como lo entendía Santa Teresita del Niño Jesús. Concebía el abandono más que nada como función del Amor; lo cual se obraba en ella de dos maneras: el santo abandono le parecía a la vez como la mejor manera de expresar a Dios su amor y como el medio más eficaz para elevarse rápidamente a la perfección del divino amor. Así ella se abandonaba porque amaba; ella se abandonaba para amar más.
 
1. De qué manera el abandono conduce a la perfección del santo amor
Jesús, el Maestro divino de los corazones puros, “se había complacido desde muy temprano en instruir a su pequeña víctima y le había mostrado que el único camino que lleva hasta la hoguera divina del Amor, es el abandono del niño que se duerme sin temor en los brazos de su padre.” (Historia de un Alma, c. XI)
Y de hecho, frente al fin lejano, objeto de sus ardientes deseos, ¿qué puede hacer un niño, incapaz ya no sólo de caminar, sino de reconocer su camino? Solo, en su barquilla, perdido en medio de las olas, en la inmensidad de un mar sembrado de arrecifes y fértil en naufragios, donde muchos que comenzaron la travesía antes que él naufragaron sin alcanzar “el faro luminoso del amor”, el pequeñuelo a quien Jesús ilumina en su divina luz comprende que tantos tristes naufragios fueron debidos a la imprudencia de aquellos que quisieron dirigir por sí mismos su barquilla sin conocer la ruta.
Y volviendo su mirada hacia su Padre celestial que tiene en sus manos los vientos y el sol, que manda a las tempestades y a quien obedecen las olas, viéndose objeto continuo de sus cuidados llenos de amor, dice en su sencillez que “para dirigir su esquife la única cosa que conviene a un pequeñuelo es abandonarse, dejar su vela flotar a merced del viento.”
En realidad nada hay más prudente. Pues a merced del viento, ¿qué otra cosa es sino el soplo de Dios pasando sobre el mundo? Mas el Espíritu sopla donde quiere y el Espíritu de Dios es el Amor.
Dejándose llevar por el viento, es al amor mismo, al amor infinito en sabiduría y en bondad como en potencia, a quien se confía el niño. ¡Feliz niño!
Dios solo en verdad conoce la ruta que cada alma debe seguir aquí abajo. Nada más admirable como la diversidad de vías por las cuales conduce a sus elegidos. Pero una cosa permanece invariable: es el amor singular con el cual dirige, gobierna y protege al alma que confiándose en Él sin reserva, le deja completamente libre de llevarla como quiera su sabiduría. A cada instante, en lo exterior por los acontecimientos e interiormente por el movimiento de su gracia, le procura lo mas útil y lo mejor que hay para ella en el momento presente.
Es, pues, el alma más entregada al abandono, la más mimada, la más poderosamente socorrida y la más constantemente colmada por la Bondad divina.
Por esta razón, nada hay más santificante que el abandono bien comprendido. Es el camino más corto y más seguro al mismo tiempo que el más suave para llegar a la perfección del Amor. Y en este camino “Teresita” traza su “senda”, la cual, dice ella, no es otra sino la de “la confianza y del total abandono.”
 
2. Cómo permite el abandono expresar al niño su amor
El corazón de nuestra Santa llevábala como por instinto hacia ese total abandono. Pues además del camino que lleva a la perfección del amor, veía también en él la manifestación más exquisita de su amor de niña.
A sus ojos, en efecto, antes y por encima de todo Dios era el Padre por excelencia, más tierno que todos los padres y más maternal que una madre. Así le gustaba a ella cantarlo:
“¡Oh tu, que has inflamado
La inagotable vena
Del amor en el pecho de las madres
Que viven del amor y amor anhelan!
Tienes de padre entrañas
Que rebosan ternezas;
Mas ¿qué digo, mi Amor? ¡Cual madre amante
Cuando llego a tus plantas tu te muestras!”
 
Y viéndole siempre ocupado de su niño, añade:
“Solícito me sigues,
Cada instante me sigues muy de cerca,
Y me miras con ojos de ternura;
Si te llamo, a mi lado al punto vuelas;
Jugando con él como hacen los padres
Aquí abajo con sus pequeñuelos:
Y si a veces parece que te escondes,
Te escondes de manera
Que vienes a ayudarme a que te encuentre;
Y entonces, dicha inmensa!,
Asida a su Jesús, entre sus brazos,
Se esconde su cautiva pequeñuela.” (“Sólo Jesús)
 
Lo que fue su abandono entre los brazos de tan tierno Padre, y cómo hizo de el su cielo en la tierra, nos lo revela una de sus poesías haciéndonos penetrar más adentro en las intimidades de su alma bellísima de niña. Varios de estos versos merecen que uno se detenga largamente para extraer su penetrante dulzura y las deliciosas lecciones. Pero temeríamos quitarles algo de su lozanía tratando de explicarlos. Más vale que, para obtener la inteligencia de esos versos, cada uno los medite despacio, lentamente, bajo la mirada de Dios mismo, a la luz de su gracia, en el recogimiento de la oración:
“Mi cielo es asemejarme
A aquel Dios que me ha creado
A su imagen, con el soplo
Más divino de sus labios.
Mi cielo es ir cada día
A arrojarme entre sus brazos
Y llamarle a boca llena
Mi padre, mi padre amado.
Y en sus brazos, no hay tormenta
Ni huracán que me dé espanto,
Y en sus brazos me abandono
Y en su corazón descanso.” (“Mi cielo”)
 
“El total abandono, esa es mi única ley;
Descansar sobre su corazón, muy cerca de su rostro,
Ese es mi cielo!”
 
Ahora bien: el niño que se abandona en los brazos de un padre o de una madre tiernamente amados, no calcula ordinariamente el alcance de su acto. Se abandona como ama, por instinto. Así fue “Teresita”. O si ella razonó sobre su acto de abandono, si buscó ventajas no fueron tanto las suyas como las de Jesús.
Lo que en él veía, sobre todo, era un medio de testimoniarle su amor de una manera perfecta, haciéndose enteramente dependiente de Él y de su santísima voluntad “para mejor complacerle.”
¡La voluntad de Dios! ¡Santa Teresita la amó tanto! Hacía de ella, como Jesús mismo, el alimento de su alma. De ella vivía y en esta voluntad santísima concentraba todos sus deseos y todo el ardor de su plegaria, no sabiendo ya “desear nada con ardor”, excepto el perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios en su alma. (Historia de un Alma, c. VIII)
Para cumplirla perfectamente se hacía obediente a las menores prescripciones de la regla y de los superiores. Más aún: “miraba sin cesar a los ojos de Dios – tal es su propia expresión – para adivinar lo que más le agradaría” y cumplirlo inmediatamente. (Espíritu de la Beata Teresa)
Ahora bien: hay algo más perfecto que cumplir nosotros mismos el beneplácito de Dios, haciendo lo que le agrada: es dejarle libre de contentarse Él mismo en nosotros, dirigiendo todo en nuestra vida al libre impulso de sus deseos, sin tener en cuenta ninguna otra cosa sino el interés de su gloria y de la mayor alegría de su corazón. Es medir nosotros mismos nuestra felicidad, no por la felicidad o provecho que nos proporcionan los acontecimientos, sino por las ocasiones que nos ofrecen de procurar el beneplácito divino. Saber que Dios estaba contento bastaba a la felicidad de “Teresita” y la ponía en el colmo de la alegría.
Así el desinterés más puro nos parece como el sello distintivo de su abandono. Es lo que resalta de sus palabras como también de las expresiones que emplea para expresar su pensamiento. No sueña en efecto más que con una cosa: es la de ser en las manos de Jesús como un juguetito, pero “un juguete sin valor que podrá tirar al suelo, empujar con el pie, romper, dejar en un rincón o bien estrechar contra su pecho, si esto le agrada.” (Historia de un Alma, c. VI) “Pues no quiere otra alegría que la de hacerle sonreír.” (Oración al Niño Jesús) O también lo que desea ser, es la rosa deshojada bajo los pies divinos, la que se trata sin precaución, la que se olvida, se tira a merced del viento. No le importa que la pisoteen o la destrocen, con tal que pueda
“Alfombrar todavía
Tus últimos pasos,
Deshojando mi rosa a tus plantas,
Caminito del Monte Calvario.”
 
Claro está que ciertas preferencias de orden personal serian incompatibles con semejante grado de abandono.
Así, en lo que la concernía, la Santa se imponía como regla no detenerse a ningún deseo particular. Indiferente a vivir o morir, aunque su corazón le hiciese entrever en la muerte el partido más envidiable, se abstenía de elegir. Dejaba este cuidado a su Padre del cielo. Pues en la vida como en la muerte, no consideraba ni quería amar más que la elección de Dios. “Lo que Él elige para mí – decía ella, – eso es lo que más me gusta. Lo que Él hace, eso es lo que prefiero.” (Historia de un Alma, c. XII)
Sucede a veces – con demasiada frecuencia – que se va muy lejos a buscar la perfección cuando se la tiene constantemente a nuestro alcance. Después de todo, la santidad no es otra cosa prácticamente más que la unión de conformidad entre la voluntad del hombre y la voluntad de Dios. Cuanto más perfecta es esta conformidad, es decir, real y fundada en el amor, tanto más une la criatura al Creador; de manera que para llegar a ser un santo, bastaría practicar perfectamente el santo abandono. Pues en su mayor grado de perfección éste supone una alma totalmente absorta y transformada en la voluntad de Dios.
Por ahí se juzgara del valor del caminito y de su eficacia en santificar las almas, pues no es otra cosa sino una vida toda de amor en el seno de un total abandono.
 
 
II. – Prudencia de la Santa en la práctica del santo abandono
En esta vía, Santa Teresita sabia ser siempre prudente y sabia. Pues existe mas de un peligro y hay que estar en guardia contra excesos siempre posibles.
Así es que se mostraba circunspecta frente a ciertas grandes aspiraciones, familiares a las almas generosas que al primer, momento parecen venir del espíritu de Dios y no son a menudo sino fuegos fatuos encendidos por el amor propio. Ya conocemos sus grandes deseos de inmolación y su sed de padecer. Sin embargo, sintiéndose siempre pequeña y débil hasta en los brazos de Dios, se guardaba bien de desear ni pedir jamás sufrimientos mayores que los que le destinaba su Padre del cielo.
“Yo temería ser presuntuosa – confiaba ella – y que estos sufrimientos, llegando a ser sufrimientos míos, me viera obligada a soportarlos yo sola: y sola jamás he podido hacer cosa alguna.” Y su abandono jamás se apartaba de este carácter de perfecta sencillez que tan bien sienta al niñito.
Con la misma prudencia cerraba ella los ojos frente al porvenir y animaba a las almas pequeñas a hacer como ella. “Nosotras, las que corremos por el camino del amor, no debemos jamás atormentarnos de nada.” (Historia de un Alma, c. XII)
Y su abandono se hacía voluntariamente ciego por prudencia y también por amor, para mejor dejar a su Padre celestial el cuidado de velar y proveer a todas sus necesidades.
Sin embargo, no era esto timidez o apatía de un alma que se deja llevar a la despreocupación por debilidad y falta de energía. Al contrario, su confianza le hacia encontrar en el seno del abandono un valor admirable. Presa de la enfermedad, escribía: “No tengo miedo ninguno a los últimos combates ni padecimientos de la enfermedad, por grandes que sean. Dios Nuestro Señor me ha ayudado y conducido como por la mano desde mis tiernos años, cuento con Él. Estoy segura que me continuará su asistencia hasta el fin. Podré sufrir extremadamente, pero jamás será demasiado, estoy segura.” (Historia de un Alma, c. XII)
Y su paciencia heroica, que no se desmintió hasta su último suspiro, prueba que dijo verdad.
Por otra parte, su abandono nada tenía de temerario. La misma prudencia que la protegía contra el desaliento, la preservaba igualmente de la presunción. Esta virgen prudente que “lo esperaba todo de Dios”, no ignoraba que es preciso no tentar su Providencia y que, aun contando con su gracia, hay también que ponerla en obra y secundarla. Encargada, a pesar de su juventud, de instruir a las novicias, redobla su confiado abandono. Se pone como un niño en los brazos de su Padre, y allí, con los ojos fijos en Él, esperaba que llenase su mano para permitir que diera – como ella decía – la comida a sus hijas. Y sin volver siquiera la cabeza, les distribuía lo que venía de sólo Dios. Pero esta unión nada quitaba a su vigilancia ni a su perspicacia, como tampoco le hacía omitir ninguno de los deberes que impone la prudencia cristiana. Ella miraba, observaba, estudiaba las almas, sabiendo muy bien que no a todas se conduce de la misma manera. Así es que “desde su elevado puesto, nada escapaba a su mirada.” (Historia de un Alma, c. X) Velaba muy exactamente por todos los deberes de su cargo.
Hemos citado este ejemplo para mostrar que el abandono bien comprendido, lejos de sofocar las demás virtudes, las desarrolla. Y así como no mata la prudencia, tampoco aminora la generosidad. Escuchad más bien este canto de un alma del todo entregada al santo abandono:
“Asida a su Jesús, entre sus brazos,
Se esconde tu cautiva pequeñuela.
Y así, cual pequeñuela, quiero amarte,
Y, cual guerrero, luchar por ti quisiera,
Y, cual niño, colmarte de caricias,
Y, cual invicto atleta,
A la arena del Santo Apostolado,
Me tengo de lanzar hasta que muera.” (Sólo Jesús”)
 
Santa Teresita del niño Jesús esta ahí retratada de cuerpo entero, humilde y confiada, débil y ardiente, totalmente entregada al abandono y al amor... Y en esta unión del amor y de la valentía, del apacible abandono y de la acción valerosa, esta todo el ideal de las almas pequeñitas destinadas a ser las Víctimas del Amor Misericordioso. ¿Quién no aspiraría a realizar este tan hermoso ideal?
Semillitas al Señor  
  "Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florecilla en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras. (Manuscrito A, 3 r°)
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Vos obráis como Dios, que nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si él no las conociese... (Manuscrito C, 32)
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Puedes, por lo tanto, como nosotras, ocuparte de "la única cosa necesaria", es decir, que aun entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tengas por único fin complacer a Jesús, unirte más íntimamente a él. (Carta 228)
 
El Señor y los corazones...  
  ¡Ah, qué verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones!... ¡Qué cortos son los pensamientos de las criaturas!... (Manuscrito C, 19 v°)
 
El Señor Es ternura...  
  Al entregarse a Dios, el corazón no pierde su ternura natural; antes bien, esta ternura crece haciéndose más pura y más divina. (Manuscrito C, 9 r°)
 
El Señor esta siempre con nosotros...  
  cielo que le es infinitamente más querido que el primero: ¡el cielo de nuestra alma, hecha a su imagen, templo vivo de la adorable Trinidad!... (Manuscrito A, 48)
 
Santo Rosario  
   
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