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La humanidad de Cristo
TEMA 21: LA HUMANIDAD DE CRISTO
 
21.1. Testimonio bíblico sobre la perfección humana de Cristo.
21.2. La conciencia mesiánica de Cristo.
21.3. La explicación teológica sobre la perfección de la humanidad del verbo encarnado: Santidad y Gracia; ciencia; voluntad y libertad impecables.
21.4. La coexistencia de la plenitud de gracia y de la condición de viador.
 
A) DESARROLLO
21.1. Testimonio bíblico sobre la perfección humana de Cristo.
Jesucristo, hombre como nosotros, tiene una fisonomía humana bien concreta. Las particularidades individuales de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios, pues El ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo y alma hasta tal punto que, la fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana.
Considerando las dos genealogías de Cristo vemos que Jesús pertenece  al pueblo elegido por ser de la estirpe de Abraham y al mismo tiempo es miembro de la gran familia humana.
La verdad del cuerpo de Cristo está claramente revelada en el NT, donde encontramos los relatos de la concepción de Jesús en el seno de una mujer, de su nacimiento y desarrollo, de su vida de hombre adulto, de su predicación y de su muerte. Cristo, además de comportarse como hombre, dice de sí mismo dirigiéndose a los judíos: “Pero tratáis de matarme a mí, hombre que os he dicho la verdad...”[201].
También encontramos testimonios de la realidad material de su cuerpo: en efecto, Jesús necesita comer y beber, dormir y reposar. Además, Cristo puso de manifiesto la verdad de su carne sufriendo la pasión y una muerte verdaderamente humana, corporal.
En el NT, hay abundantes textos que indican con claridad que Jesús tiene un verdadero espíritu humano -alma espiritual-, que se manifestaba en los sentimientos humanos que tuvo: sentimientos, por ejemplo, de indignación[202], de tristeza[203], de alegría[204]. Esta espiritualidad humana se manifiesta también en el ejercicio de la virtud: obediencia al Padre[205], humildad[206], etc.; y también en la oración[207]. Jesús mismo se refiere a su alma o espíritu humano: Mi alma está triste hasta el punto de morir[208]; Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu[209].
En cuanto al aspecto físico de Jesús, los Evangelios no nos han llegado indicación directa alguna. Sin embargo, indirectamente poseemos datos de los que podemos deducir su notable fortaleza física: su largo ayuno, las grandes distancias que recorrió, el rigor de los sufrimientos de su Pasión, etc. No hay motivo para suponer que su humanidad fuese vigorizada por la divinidad por encima de las fuerzas naturales, aunque esto tampoco se puede excluir de manera absoluta .
Jesús aparece en los evangelios como un varón de gran equilibrio mental, que nunca pierde el señorío sobre sí mismo, incluso cuando se manifiesta con ira santa o revela que su alma está triste hasta la muerte; sus respuestas a los fariseos cuando intentan tergiversar sus palabras, son rápidas, inteligentes, directas y, al mismo tiempo, sin engaño. Su lenguaje adquiere con frecuencia tonos sublimes y poéticos de perenne belleza, como en el Sermón del Monte o en las parábolas.
Como subraya el Concilio Vaticano II, el Hijo de Dios, .
 
21.2. La conciencia mesiánica de Cristo
El Mesías significa el  Ungido. El título de Ungido se aplica en el AT al que va a venir, al Esperado y a quien se le atribuye la triple dignidad de rey, profeta y sacerdote.
Los racionalistas afirman que Jesús no tuvo conciencia de ser el Mesías o que fue creciendo en El la convicción, bajo el influjo del Bautista, de que era el Mesías pero más tarde, ante el rechazo de la gente, abandonó esta idea como se refleja en la agonía de Getsemaní.
Esta lectura de los evangelios hecha por los racionalistas es incompatible con el testimonio que Jesús da de sí mismo:
a) El manifestó públicamente que era el Mesías esperado: en el momento solemne de la declaración a Caifás[210].
b) Jesús aceptó títulos mesiánicos: en la conversación con la samaritana: "...Jesús le respondió: Yo soy"[211].
c) Jesús se dio a sí mismo el título de Mesías: "...porque vuestro Maestro es uno solo: Cristo"[212].
d) Jesús es denominado Mesías por los primeros discípulos: "Hemos encontrado al Mesías"[213].
Cristo siguió una pedagogía de manifestarse poco a poco para evitar falsas interpretaciones que lo confundiera con un libertador político y nacionalista frente a la dominación del Imperio Romano.
Los racionalistas  dicen que Jesús durante su ministerio público no afirmó de sí mismo que era Hijo de Dios; ni siquiera intentó probar su mesianidad. Ambas cosas habrían sido creación posterior de la fe cristiana post-pascual, que influyó en la redacción de los evangelios: las frases puestas en boca de Jesús serían, pues, un producto de esta mitologización.
La postura racionalista carece de fundamento porque:
a) Jesús se asigna atributos y poderes divinos: "...ved que aquí hay algo más que Jonás..., ved que aquí hay algo más que Salomón..."[214].
b) Jesús se atribuye una potestad legislativa superior a Moisés y los profetas: "Pero Yo os digo...”[215].
c)Tiene poder para perdonar los pecados: En ningún momento dice que este poder sea delegado: Jesús, al curar al paralítico con sólo su palabra, les hace ver a los judíos que tiene la potestad para curar los efectos del pecado y el pecado mismo.
d) Jesús comunica ese poder a los discípulos: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados..."[216].
e) Jesús tiene el poder de juzgar a los hombres: En la parábola de la cizaña según la cual el Hijo del Hombre, constituido Juez de vivos y muertos, separará los buenos de los malos en el Juicio Final.
f) Jesús exige para sí mismo el mayor amor del mundo: "Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí..."[217]
g) Jesús nunca pone su filiación al Padre en igualdad con la filiación de los demás hombres a Dios: "subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"[218]. Es la conversación en la aparición a María Magdalena.
h) Jesús es el único que conoce al Padre: "... nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quiera revelarlo".
i) Jesús dice de sí mismo que es Hijo de Dios: "Por esto los judíos buscaban con más ahínco matarle, pues no sólo quebrantaba el sábado, sino que decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios"[219].
j) Jesús afirma su preexistencia a su existencia terrena: :"Pues nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre".
 
21.3. La explicación teológica sobre la perfección de la humanidad del verbo encarnado: Santidad y Gracia; ciencia; voluntad y libertad impecables.
La Sagrada Escritura habla con nitidez e insistencia de la santidad de Jesucristo. El espíritu de Yahvé reposará sobre El...[220]
Al hablar de la santidad de Jesucristo, no nos referimos, como es obvio, a la santidad del Verbo, esencialmente santo por ser uno con el Padre y el Espíritu Santo, sino a Jesucristo en cuanto hombre, es decir, tratamos de la santificación de la "divinización" de su naturaleza humana. Nos preguntamos, pues, cómo la santidad de Dios se comunica a la naturaleza humana de Jesús, unida al Verbo en unidad de persona. En Cristología se habla de que existe en Cristo una triple gracia: la gracia de unión —es decir, la unión hipostática considerada en su aspecto de don o gracia otorgada a la humanidad de Jesús—, la gracia habitual —la gracia que llamamos santificante—, y la gracia capital, es decir, la gracia de Cristo posee en cuanto cabeza de la humanidad.
La naturaleza humana de Cristo ha sido elevada por la unión hipostática —la gracia de unión— a la mayor unión con la divinidad —con la Persona del Verbo— a que puede ser elevado ser alguno. La gracia de unión es el mayor don que la naturaleza humana de Cristo ha podido recibir, es una gracia infinita con la misma infinitud del Verbo con el que queda ontológicamente unida su naturaleza humana. Por esta unión, el hombre Jesús —la naturaleza humana de Jesús hipostasiada en el Verbo—, al ser persona en y por el Verbo, no recibe una filiación adoptiva, sino que es el Hijo natural del Padre.
 
 
 
 
 
Hay divergencia entre tomistas y escotistas respecto a la gracia de unión
 
Tomistas (Durando)
Escotistas
La humanidad de Cristo es santificada por la gracia de unión no sólo radicaliter, sino también formaliter. Esto equivale a afirmar que la gracia de unión otorga por sí sola la impecabilidad a Cristo. En efecto, si la santidad es la unión con Dios sin mancha de pecado, esta indisoluble unión con Dios se da ya en Cristo por la gracia de unión.
La unión hipostática santifica a la humanidad del Señor sólo en el sentido de que es el fundamento, la fuente y la raíz (radicaliter) de la gracia habitual de Cristo, de forma que exige  que se le otorgue este don. Es decir, la gracia de unión no santificaría formalmente (formaliter) a Cristo, sino sólo fontalmente, en cuanto exigiría la gracia habitual.
 
La santidad comporta:
 
Santidad en el hombre
Santidad en Cristo
1) Participación en la naturaleza divina.
2) La filiación divina, por la que el justo es constituido en hijo adoptivo por el Hijo, gracias a la unión hipostática.
3) Ser grato a Dios.
1) Participación que no puede ser mayor que el de la unión en unidad de persona.
2) Cristo es Hijo natural
3) La humanidad de Cristo es plenamente grata a Dios por ser la humanidad del Hijo.
 
De aquí se sigue que sea lógico afirmar que la gracia de unión santifica a Cristo propiamente, es decir, formaliter, y no sólo fontalmente.
Por otra parte, Cristo tuvo todas las virtudes en la forma conveniente a su perfección de Hijo y a su misión de Redentor.
Las virtudes que son exclusivas del status viatoris, como la fe y la esperanza, o las que incluyen en sí una imperfección, como la virtud de la penitencia, no están formalmente en Cristo, pero lo que tienen de perfección se encuentra en El asumido en una perfección superior.
Se dan en Cristo en forma excelsa todos los dones y los frutos del Espíritu Santo y llevan a su última perfección las virtudes uniéndolas en la unidad superior de la suma perfección “estaba lleno del Espíritu Santo y que fue conducido al desierto”[221].
También estuvieron en Cristo todas las gracias gratis datae y todos los carismas, porque de la plenitud de gracia de Cristo se reciben todas las gracias.
Cristo tuvo plenitud intensiva de gracia (habitual), es decir, en cuanto a su perfección, y plenitud extensiva, es decir, en cuanto a los dones y gracias a que se extiende por su unión con el Verbo y por su misión de Cabeza de la humanidad.
La gracia conferida a Cristo no es infinita en razón al ser creatural; sí se puede decir, en cambio, que es infinita, si se considera como tal gracia, pues la posee "sin restricción alguna".
Cristo posee gracia (habitual) infinita, desde el primer momento de su concepción, por su unión en unidad de persona con el Verbo y su capitalidad sobre el género humano. Esta afirmación, a su vez, implica estas otras dos: a) que Cristo poseyó desde el primer instante de su concepción la visión beatífica —el grado más excelso de gracia—; b) que Cristo no pudo crecer en gracia a lo largo de su vida, pues no parece lógico que camine hacia Dios, quien ya es Dios.
En Cristo existen dos naturalezas perfectas, la divina y la humana y, en consecuencia, dos operaciones, dos modos de conocer: uno divino y otro humano.
El acto de conocer del Verbo en cuanto Verbo es común a las Tres Divinas Personas, esta es la ciencia increada.
El conocimiento humano en Cristo es patente en todo el NT. En Cristo existe una inteligencia humana, correspondiente al alma racional que posee. Esta inteligencia, a su vez, no está despojada de la actividad que le es propia: los actos humanos de entender, como ya el Concilio III de Constantinopla condenó las tesis de Apolinar de Laodicea por negar que Cristo tuviese alma intelectual y sus respectivas operaciones intelectuales.
Los teólogos se preguntan si Cristo, gozó de los tres modos de conocimiento en su caminar terreno: a los que, al menos con capacidad obediencial, está abierta la inteligencia humana.
Por ciencia adquirida aquellos conocimientos que el hombre adquiere por sus propias fuerzas, a partir de sus sentidos; “crecía en sabiduría, edad y gracia”[222]. Este conocimiento es consecuencia del realismo con que se acepta la Encarnación del Verbo. La experiencia de que Cristo disponía era, obviamente, limitada y acorde con su época y lugar.
La ciencia de visión, aquella contemplación intuitiva de la esencia divina que poseen los bienaventurados. El NT habla de que El Hijo ha visto al Padre, da testimonio del Padre[223].
Al revelar, Jesús da testimonio en sentido estricto: testifica de lo que ha visto. Al mismo tiempo no aparece nunca como un creyente, como aquel que procede por la oscuridad de la fe, sino como quien ve la intimidad divina.
La afirmación de la existencia de la ciencia de visión en Cristo ha sido posición casi unánime de los teólogos desde el medioevo hasta la época del Concilio Vaticano II, basada no en un texto determinado del NT, sino en el conjunto de los datos bíblicos y patrísticos.
 
Conveniencias de la Ciencia visión
Dificultades teológicas
• por la perfección en la naturaleza humana de Cristo, y por su capitalidad.
• La absoluta seguridad con que Cristo testifica de la existencia de Dios y de la intimidad divina.
• nos obliga a admitir que fue al mismo tiempo viador y comprehensor. Esto parece en sí mismo contradictorio, pues se dice con ello que Jesús estuvo al mismo tiempo en el camino y en la meta.
• por el carácter de su Mediación, siendo la visión beatífica el culmen de esta unión.
• parece que implicaría negar la realidad de su conocimiento adquirido.
• La plenitud de santidad y gracia que es la suprema unión del alma con Dios implica la ciencia de visión
• la suprema felicidad, que parece incompatible con el sumo dolor experimentado por Cristo en su muerte.
 
Se llama ciencia infusa aquel conocimiento que no se adquiere directamente por el trabajo de la razón, sino que es infundido directamente por Dios en la inteligencia humana. Era conveniente que Cristo gozara de ciencia de visión por el principio de perfección con que acceden al estudio de la ciencia humana de Cristo: puesto que la inteligencia humana de Cristo era capaz de recibir la ciencia infusa, debía recibir esta ciencia.
Aparecen textos del NT en que se habla de un conocimiento sobrenatural de Cristo, conocimiento que puede atribuirse al don profético de Jesús, conocimiento de cosas que Jesús no podía conocer por los recursos ordinarios de su ciencia adquirida, como por ejemplo, el conocimiento que muestra de los corazones (Natanael, samaritana, certeza que Lázaro ha muerto, predice la negación de Pedro, anuncia su muerte y resurrección...). La absoluta certeza y autoridad con que habla, el hecho de que la fuente de su conocimiento en estas ocasiones trasciende el usual origen del conocimiento humano.
A esta razón ha de añadirse que Cristo es Cabeza de los hombres y los ángeles, y parece conveniente que estén en la Cabeza todas las gracias que serán otorgadas a sus miembros.
La mayor parte de los teólogos afirman como perteneciente a la fe no sólo que Cristo no se equivocó, sino que era infalible; que por la unión hipostática era metafísicamente imposible que errase.
Con respecto a la ignorancia en Cristo en torno al día del juicio, algunos Padres lo entienden no porque de hecho lo ignorase, sino porque ni quería ni podía revelarlo.
Es necesario distinguir entre: Error es considerar falso lo que es verdadero y viceversa; ignorancia es desconocer algo que debe conocerse, es la carencia de una perfección debida; nesciencia es desconocer algo que no tiene por qué saberse. En este sentido, ni el error ni la ignorancia pueden darse en Cristo. Irían contra la dignidad de su Persona y contra la misma Providencia divina, al no dotar a la naturaleza humana de Cristo de lo conveniente para desempeñar su misión de Maestro. Sí se da, en cambio, la nesciencia pues, su mente no era omnisciente.
Existe en Cristo una doble voluntad: la voluntad divina y la voluntad humana, correspondientes a las dos naturalezas —la divina y la humana— que se encuentran perfectas en Cristo.
Nadie ha negado la existencia en el Verbo de una voluntad divina común con el Padre y el Espíritu Santo. Sí se ha negado, en cambio, la existencia de auténtica voluntad humana, y de un verdadero acto de querer: Apolinar de Laodicea; Eutiques y los monofisitas; Nestorio; los monoteletas, Sergio de Constantinopla y Macario de Antioquía.
El Concilio III de Constantinopla (año 680-681), condenó el monotelismo y definió solemnemente que "se dan en El (Cristo) dos voluntades naturales y dos operaciones naturales sin división, sin cambio, sin separación, sin confusión; y las dos voluntades naturales no están opuestas una a la otra (...) al contrario, la voluntad humana no resiste ni es reacia a la omnipotente voluntad divina, sino que le está sujeta".
Nuestro Señor ora en el Huerto diciendo: No se cumpla mi voluntad, sino la tuya[224]. En estas palabras pone de relieve no sólo que tiene una voluntad humana distinta de la del Padre, sino que esta voluntad tiene una tendencia que es contraria al cumplimiento del mandato recibido y, en consecuencia, que, para cumplir la voluntad del Padre debe vencer la resistencia de su voluntad humana.
En el querer humano de Cristo —como en el de todo hombre— existe un aspecto llamado voluntas ut natura, consistente en la inclinación que la voluntad tiene por su propia naturaleza para elegir lo que es bueno para el sujeto y rechazar lo que es malo a la naturaleza de ese sujeto. Por esta razón, como es obvio, la voluntad de Cristo —ut natura—, rechazaba lo que era contrario a su naturaleza humana, como los padecimientos y la muerte.
En cambio, la voluntas ut ratio significa el querer en cuanto elección dirigida por la razón, y, en este sentido, la voluntad puede elegir incluso lo que es contrario al sujeto —como tolerar los tormentos y la muerte— si esto es conveniente una razón superior.
En el Señor, la voluntas ut natura y la sensibilidad disentían a veces de la voluntad divina, pero eran enteramente sometidas a ella por la voluntas ut ratio. Era voluntad de Dios que Cristo padeciese la Pasión y la Muerte; no las quería Dios por sí mismas, sino en orden a un fin: la salvación de los hombres.
En Cristo no se dio, por tanto, ninguna contrariedad de voluntades, porque la voluntas ut natura  rechazaba la muerte como algo nocivo a la naturaleza humana, mientras que la voluntas ut ratio  y la voluntad divina la querían por una razón distinta, la salvación de los hombres. Y no sólo no había oposición, sino que también los mismos movimientos de su sensibilidad y de su voluntas ut natura que rehuían la muerte y el dolor, eran queridos por Cristo con su voluntas ut ratio  y estaban perfectamente sometidos por ella a la Voluntad divina.
Es de fe que Cristo tuvo libertad humana y libre albedrío. La libertad pertenece a la integridad de la naturaleza humana, pues a la existencia de inteligencia y de la voluntad sigue necesariamente la capacidad de elegir.
La libertad humana en Cristo se muestra en aquellos lugares en los que se afirma que Jesús es hombre perfecto y en los que se dice que Cristo obedeció a su Padre o que mereció por nosotros. Sin auténtica libertad es imposible obedecer y merecer.
Consecuencia de la unión hipostática, de la santidad sustancial y de la infinitud de gracia habitual es la afirmación unánime en torno a la ausencia de pecado en Cristo —la impecancia— y a su incapacidad de pecar, su impecabilidad.
La Sagrada Escritura afirma explícitamente que Cristo no cometió pecado. “El es el Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo”[225].
He aquí algunas de las principales razones: 1) Las personas son las que responden de las acciones realizadas a través de su propia naturaleza; si Cristo hubiese cometido pecado, sería la Persona del Verbo la que habría pecado a través de su naturaleza humana. 2) La santidad infinita de Cristo es incompatible con cualquier sombra de pecado. 3) Su misión de Redentor era contraria a que Cristo cometiese pecado. 
¿Cómo se conjugan en Cristo libertad humana e impecabilidad? Si Cristo era impecable, ¿cómo podía desobedecer? Y si obedecía sin poder desobedecer, ¿cómo se puede decir que fuese libre en su muerte?
Nos centraremos en la solución tomistas, Salmanticenses y Belarmino: Cristo tuvo verdadero precepto de morir, que obedeció con libertad impecable, es decir, era al mismo tiempo libre aunque no podía desobedecer. Esto parece concordar con el texto de “Cristo se hizo obediente hasta la muerte de cruz y, por esta razón, Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre” que habla de la obediencia de Cristo que sitúa en la obediencia de Cristo la razón de que fuese grato a Dios su sacrificio:
Como considera Santo Tomás “el pecado no pertenece a la naturaleza humana, sino que ha sido introducido en el hombre contra esta naturaleza... el pecar, ni perfecciona la libertad, ni es conforme a la naturaleza de la libertad, aunque muestra que el hombre tiene libertad”.
La esencia de la libertad está en el modo de querer : en querer sin que la voluntad sea movida más que por sí misma. La voluntad es libre porque es causa de su propio acto, porque no es movida necesariamente ni por la inteligencia ni por ningún otro factor interno o externo. Siendo el bien el objeto propio de la voluntad, no hay contradicción entre ser libre y no poder elegir el mal: lo que hay es, precisamente, perfección de la libertad.
 
Voluntad y libertad impecables de Cristo
Consecuencia de la unión hipostática, de la santidad sustancial y de la infinitud de gracia habitual es la afirmación unánime en torno a la ausencia de pecado en Cristo y a su incapacidad de pecar.
La Sagrada Escritura afirma explícitamente que Cristo no cometió pecado (cfr. Jn 8,46; 1 Pe 1,19; Heb 4,5). Dada la unanimidad existente en esta cuestión, las intervenciones del Magisterio son muy escasas. La ausencia de pecado en Cristo, se entiende a la luz de tres realidades fundamentales:
• la unión hipostática: las personas son las que responden de las acciones realizadas a través de su propia naturaleza y, si Cristo hubiese cometido pecado, sería la Persona del Verbo la que habría pecado a través de su naturaleza humana.
• la santidad de Cristo que es incompatible con cualquier sombra de pecado.
• su misión de Redentor que como sacerdote santo que no necesita ofrecer víctimas y sacrificios por sí mismo, sino sólo por sus hermanos, no hubiese sido modelo perfecto si hubiese habido pecado en El.
La impecabilidad de Cristo se puede explicar de diversas formas:
      a)Pedro Lombardo, San Buenaventura, Santo Tomás y Suárez. La impecabilidad le viene a Cristo por la misma unión hipostática. Las personas son las que responden de sus acciones. Decir, pues, que Cristo podría pecar equivale a afirmar que Dios podría pecar, cosa imposible.
      b)Escoto entiende que Cristo es impecable en razón de la providencia divina y de la visión beatífica. Cristo sería impecable por una gracia exterior.
Afirmar la impecabilidad de Cristo lleva inevitablemente a plantearse la cuestión de su libertad. ¿Cómo puede decirse que Cristo era absolutamente impecable en razón de su propia Persona y al mismo tiempo poseía una auténtica libertad humana? Pertenece a la fe que Cristo fue libre, ya que sin ella no hubiese podido obedecer especialmente en el momento de la muerte. Se han dado diversas posibles soluciones a esta cuestión:
• Cristo no tuvo visión beatífica o al menos le fue suspendida durante el tiempo de la Pasión, o bien esa visión beatífica no hacía al alma de Cristo intrínsecamente impecable y, por tanto, no le quitaba la libertad (escotistas).
• Cristo no tuvo un estricto precepto de morir, sino sólo un consejo que fue libre de seguir o no (Franzelin).
• Cristo tuvo verdadero precepto de morir, pero era libre a la hora de elegir las circunstancias de su muerte (Lugo, Vázquez).
• Cristo tuvo verdadero precepto de morir, que obedeció con libertad impecable (tomistas, Salmanticenses, Belarmino).
Esta última posición parece concordar mejor con la enseñanza de la Escritura. Cristo fue libre e impecable a la hora de cumplir los preceptos divinos y la misma ley natural a lo largo de su caminar terreno. Santo Tomás lo explica diciendo que el pecado no pertenece a la naturaleza humana, sino que ha sido introducido en el hombre contra esta naturaleza. El pecar, ni perfecciona la libertad, ni es conforme a la naturaleza de la libertad, aunque muestra que el hombre tiene libertad. La libertad se manifiesta en la elección, pero el elegir en cuanto tal no es esencial en el acto libre, y menos aún el elegir entre el bien y el mal. La esencia de la libertad está en el modo de querer: en querer sin que la voluntad sea movida más que por sí misma. La voluntad es libre porque es causa de su propio acto, porque no es movida necesariamente ni por la inteligencia ni por ningún otro factor interno o externo. Siendo el bien el objeto propio de la voluntad, no hay contradicción entre ser libre y no poder elegir el mal: lo que hay es, precisamente, perfección de la libertad.
 
21.4. La coexistencia de la plenitud de gracia y de la condición de viador
Por otra parte, negarle a Cristo este crecimiento parece equivalente a ignorar su verdadera condición humana como parece indicar Lc 2, 52: Jesús crecía... Conviene recordar que Cristo es perfecto hombre, pero no es un vulgaris homo, sino un hombre que, al mismo tiempo, es Dios. De ahí que pedir una total equivalencia entre Jesús y los demás hombres es sencillamente imposible.
Es necesario subrayar la veracidad del caminar terreno del Señor por ser la razón como el Señor puede redimirnos. En efecto, si ya lo sabe todo por ciencia de visión, "El alma de Cristo—escribe Santo Tomás—, antes de su Pasión, gozaba plenamente de la visión de Dios y, por tanto, poseía la bienaventuranza propia del alma. Mas fuera de éste, le faltaban los demás elementos que integran la bienaventuranza, pues su alma era pasible, y su cuerpo pasible y mortal (...). Por consiguiente, en cuanto poseía la bienaventuranza propia del alma, era bienaventurado; y en cuanto tendía a aquellos elementos de la bienaventuranza que aún le faltaban, era a la vez viador".
Pero, ¿cómo es posible que la gloria del Verbo no redundase en toda la Humanidad de Jesús desde el primer momento de la Encarnación? La respuesta de Santo Tomás es que, mientras Cristo era viador, la gloria de lo más profundo del alma dispensativa no redundaba en la parte inferior del alma ni en el cuerpo. Nos encontramos aquí ante un gran misterio. Esta solución mantiene los dos términos del problema: el gozo y el dolor de la Humanidad del Señor durante su caminar terreno. La coexistencia de ambos extremos parece deducirse claramente de lo dicho en los evangelios.
Parecida solución encuentra la coexistencia en Cristo del conocimiento definitivo de la ciencia de visión con el conocimiento progrediente propio de la ciencia adquirida, pues mientras que el conocimiento natural se adquiere a través de los sentidos por imágenes, la ciencia de visión es sin imágenes, por comunicación inmediata de la Divinidad al alma, haciéndole conocer de una forma que excede absolutamente el modo propio del conocimiento humano. Se trata de dos conocimientos de niveles y características bien distintas que, por ello, coexisten sin contradecirse y sin anularse el uno al otro.
 
B) RESUMEN
1.- Testimonio bíblico sobre la perfección humana de Cristo.
Jesucristo, como reflejan las dos genealogías de Mateo y Lucas, pertenece al pueblo de Israel y, al mismo tiempo, es miembro de la gran familia humana. Jesús es hombre como nosotros, que como subraya CVII: .
La verdad del cuerpo de Cristo está revelado en el NT como muestra los relatos de su concepción, nacimiento, crecimiento y muerte. Jesús necesita comer y beber, dormir y reposar. Podemos deducir que poseía una notable fortaleza física que pudo soportar el rigor de la Pasión.
En el NT es patente que Jesús tenía un verdadero espíritu humano con se refleja en los sentimientos de indignación, tristeza, alegría... Jesús fue un varón de gran equilibrio mental.
2.- La conciencia mesiánica de Cristo.
Jesús tuvo conciencia mesiánica y así lo manifiesta los evangelios en distintos momentos: en la solemne y pública declaración a Caifás, aceptando el título de Mesías en la conversación con la samaritana, dándose a sí mismo el título de Mesías o aceptándolo como así lo denominaron los primeros discípulos...
Los evangelios testimonia que Jesús se asigna atributos y poderes divinos, se atribuye una potestad legislativa superior a Moisés y los profetas, tiene poder para perdonar los pecados y comunica ese poder a los discípulos, tiene poder de juzgar a los hombres, exige para sí mismo el mayor amor del mundo, Él es el único que conoce al Padre, dice de sí mismo que es Hijo de Dios y afirma su preexistencia a su existencia terrena.
3.- La explicación teológica sobre la perfección de la humanidad del verbo encarnado: Santidad y Gracia; ciencia; voluntad y libertad impecables.
En Cristología se habla de que existe en Cristo una triple gracia: la gracia de unión —la unión hipostática considerada en su aspecto de don o gracia otorgada a la humanidad de Jesús—, la gracia habitual —la gracia que llamamos santificante—, y la gracia capital, es decir, la gracia que Cristo posee en cuanto cabeza de la humanidad. Además en Cristo se dan en plenitud intensiva y extensiva todos los dones y frutos del Espíritu Santo, además de todos los carismas.
Jesucristo gozó de tres modos de conocimiento en su caminar terreno: ciencia adquirida —aquellos conocimientos que el hombre adquiere por sus propias fuerzas— como consecuencia de la verdadera inteligencia humana de Cristo; ciencia de visión —aquella contemplación intuitiva de la esencia divina que poseen los bienaventurados— pues Jesús testifica de lo que ha visto al Padre; ciencia infusa aquel conocimiento infundido por Dios directamente en la inteligencia humana. Por otra parte, Cristo era infalible por la unión hipostática.
En la voluntad humana de Cristo hay dos aspectos: voluntas ut natura y voluntas ut ratio sin haber ninguna contrariedad porque la primera se subordina a la segunda. La libertad humana de Cristo muestra que era perfecto hombre y podía obedecer.
4.- La coexistencia de la plenitud de gracia y de la condición de viador.
Cristo poseía la bienaventuranza propia del alma, era bienaventurado; y en cuanto tendía a aquellos elementos de la bienaventuranza que aún le faltaban, era a la vez viador".
C) BIBLIOGRAFÍA
“El Misterio de Jesucristo”. Francisco Lucas Mateo Seco
Semillitas al Señor  
  "Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florecilla en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras. (Manuscrito A, 3 r°)
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Vos obráis como Dios, que nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si él no las conociese... (Manuscrito C, 32)
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Puedes, por lo tanto, como nosotras, ocuparte de "la única cosa necesaria", es decir, que aun entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tengas por único fin complacer a Jesús, unirte más íntimamente a él. (Carta 228)
 
El Señor y los corazones...  
  ¡Ah, qué verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones!... ¡Qué cortos son los pensamientos de las criaturas!... (Manuscrito C, 19 v°)
 
El Señor Es ternura...  
  Al entregarse a Dios, el corazón no pierde su ternura natural; antes bien, esta ternura crece haciéndose más pura y más divina. (Manuscrito C, 9 r°)
 
El Señor esta siempre con nosotros...  
  cielo que le es infinitamente más querido que el primero: ¡el cielo de nuestra alma, hecha a su imagen, templo vivo de la adorable Trinidad!... (Manuscrito A, 48)
 
Santo Rosario  
   
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