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El Camino de la Infancia Espiritual
 
EL CAMINO DE INFANCIA ESPIRITUAL
 
La expresión “caminito” aparece sólo dos veces en los escritos de Teresa (si bien ella la utilizase en la comunicación oral). Y esas dos veces, aparece precisamente cuando la Santa refiere en junio de 1897 (C 2v-3r) su gran descubrimiento (que había ocurrido en el otoño de 1894): encontrar “un caminito muy recto y muy corto, un pequeño camino totalmente nuevo” distinto de la “dura escala de la perfección”, que ella, retenida por su “pequeñez” y sus “imperfecciones”, se halla “demasiado pequeña para subir”. Esta nueva senda debe conducirla a la “cumbre de la santidad”, y consiste en hacerse conducir, como “por un ascensor”, por “los brazos “ de Jesús. Bajo esas múltiples imágenes, el dinamismo de esta pequeña senda brota de la confianza en la misericordia divina, en el amor salvador y santificante de Dios al que muy pronto Teresa se ofrecerá como víctima, el 9 de junio de 1895.
Ese descubrimiento del caminito estuvo precedido y preparado por una larga búsqueda de la santidad (“desde siempre he deseado...”) y por una prolongada experiencia de la propia impotencia, (“he constatado siempre...”: C 2v). Desde que Teresa, a sus nueve años, se propone llegar a ser “una gran santa”, vislumbra que ese su ideal se realizará por un camino “escondido”, en el que “los hechos deslumbrantes” (a la manera de Juana de Arco) no serían necesarios (A 32r); esta manera de ver la orienta hacia la vida oculta del Carmelo. En el Carmelo, Teresa se esfuerza por “escalar” generosamente “la montaña del Amor” (Ct 110), proponiéndose “conquistar la palma” (Ct 55), “conquistar la santidad a punta de espada” (Ct 89), queriendo “amar a Jesús más de cuanto jamás ha sido amado” (Ct 74). Pero al experimentar su propia debilidad, en 1893 Teresa se abandona más y más a la secreta acción santificadora del Señor (Ct 142). De hecho, a partir de este verano de 1893, Teresa avanza por su “caminito” (sinónimo de “camino de la infancia espiritual”, expresión ésta introducida por la Madre Inés y que Teresa nunca ha utilizado, aun cuando le agradase tanto la imagen bíblica del niño). Pero Teresa camina por esa senda como en la oscuridad, sin comprender bien cómo se las arreglará Jesús para convertir sus esfuerzos en progreso de santidad (Ct 142). Esa comprensión le vendrá gracias a su descubrimiento del caminito, en el otoño de 1894.
Aceptando en humildad su propia pequeñez, Teresa se sentirá invitada por el Señor, precisamente por ser “pequeña” (Prov 9,4: en la traducción que ella lee), y osará desde ese momento confiar y entregarse incondicionalmente en brazos de Dios, “brazos” del Verbo Encarnado, que la “llevarán” y la colmarán de gracia, de amor y de santidad, “como una madre acaricia a su hijo”. Teresa se apercibe de que a partir de ese momento deberá “hacerse cada vez más pequeña” (C 3v), cada vez más confiada en el amor maternal de Dios. Cuando en 1895 la joven carmelita escriba su vida, desde las primeras líneas releerá toda su existencia a la luz deslumbrante de la “Misericordia”, a la que se ofrece como víctima el 9 de junio de 1895. Este acto de “Ofrecimiento” ya no es sino la última consecuencia y la expresión orante del caminito recién descubierto. Los primeros párrafos de esta oración de “Ofrecimiento” (Or 6) expresan netamente las líneas de fuerza de su concepción del caminito:
1) “deseo” de la “santidad”;
2) experiencia de la propia “impotencia”;
3) abandono a la acción de Dios, que será “El mismo su santidad”;
4) fe y convicción de la legitimidad de sus “deseos inmensos” a la luz del Amor salvífico de Jesús, “puesto que Vos me habéis amado -dice ella al Padre- hasta darme a vuestro Hijo único para que sea mi Salvador y mi Esposo”. Sobre ese pedestal de fe en el Amor Misericordioso de Dios, y por otro lado, de la humilde aceptación de los propios límites, Teresa construye el puente de la confianza, por el que Dios viene a buscarla y llevarla hacia la ribera de la santidad.
En septiembre de 1896, ya en el manuscrito B -verdadera carta magna del caminito, llamado aquí “pequeña doctrina”-, Teresa explica más a fondo su idea de “confianza” y de “abandono”, su “locura de esperar” en la acción del “Verbo Divino”, el cual de mil modos “se lanza” a nuestro encuentro, dado que El “ha venido a llamar a los pecadores”. Pero ese manuscrito B, testigo de un crecimiento espiritual que en Teresa jamás se estanca, sitúa mejor el caminito en su contexto eclesial (él es la senda para realizar la vocación del amor “en el corazón de la Iglesia”), y define su universalidad, a la que Teresa invita a “todas las almas pequeñas” (B 5v y 1v). Y a la vez esboza el programa de las “pequeñas cosas”, las “nadas”, cuyo “valor” provendrá del “toque” de la mano del Señor (B 4r-v). En la dirección espiritual dada a sus novicias, e incluso a sus hermanos misioneros, especialmente a Mauricio Belliére (cf UC 12.8.2), Teresa orienta su caminito más expresamente a los detalles de la vida; lo concretiza en otras imágenes; lo circunscribe con descripciones características y definiciones sencillas y amplias. Cuando ella misma presenta su misión póstuma, en el centro de su enseñanza sitúa el caminito, modo de “hacer amar al buen Dios como yo lo amo” (UC 17.7).
 
Semillitas al Señor  
  "Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florecilla en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras. (Manuscrito A, 3 r°)
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Vos obráis como Dios, que nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si él no las conociese... (Manuscrito C, 32)
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Puedes, por lo tanto, como nosotras, ocuparte de "la única cosa necesaria", es decir, que aun entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tengas por único fin complacer a Jesús, unirte más íntimamente a él. (Carta 228)
 
El Señor y los corazones...  
  ¡Ah, qué verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones!... ¡Qué cortos son los pensamientos de las criaturas!... (Manuscrito C, 19 v°)
 
El Señor Es ternura...  
  Al entregarse a Dios, el corazón no pierde su ternura natural; antes bien, esta ternura crece haciéndose más pura y más divina. (Manuscrito C, 9 r°)
 
El Señor esta siempre con nosotros...  
  cielo que le es infinitamente más querido que el primero: ¡el cielo de nuestra alma, hecha a su imagen, templo vivo de la adorable Trinidad!... (Manuscrito A, 48)
 
Santo Rosario  
   
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