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Sacramento del Orden

SACRAMENTO DEL ORDEN

Institución del Sacerdocio Cristiano.

El sacerdocio de Cristo
“Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua ley era figura de El, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación suya”[470]. Jesucristo es él “único mediador entre Dios y los hombres”[471], el único sacerdote de la Nueva ley, que nos ha redimido mediante el sacrificio de la cruz[472].
Este sacrificio de la cruz, también único y realizado una vez por siempre, se hace presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia. De modo semejante , el único sacerdocio de Cristo se hace presente por el sacerdocio ministerial[473]: “por eso sólo Cristo es el verdadero Sacerdote; los demás son ministros suyos”.
La participación en el sacerdocio de Cristo.
“Cristo, sumo sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia “un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre”[474]. Toda la comunidad de los creyentes es, como tal, sacerdotal”.[475] Pero hay dos modos de participar en el sacerdocio de Cristo, el común a todos los fieles y el específico de los ministros ordenados.
“Aunque su diferencia es esencial y no sólo en grado, están ordenados el uno al otro”[476] “mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza, y de caridad, vida según el Espíritu), el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos... Por eso es trasmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del orden”[477].
El sacerdocio ministerial.
A través del ministro ordenado, Cristo se hace presente en la Iglesia como cabeza de su cuerpo, pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor, maestro de la verdad: “Es lo que la Iglesia expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del orden, actúa “in persona Christi capitis”[478].
El Catecismo se detiene en hacer notar que esta presencia de Cristo por medio del ministro ordenado no se debe entender como si éste quedase libre de las flaquezas humanas, y subraya que no todos los actos están garantizados de la misma manera por la acción del Espíritu Santo; aunque la garantía es total en el caso de los sacramentos , pues ni siquiera una indignidad personal del ministro puede impedir su eficacia[479].
También hace notar que su sacerdocio y la autoridad que le acompaña son precisamente ministeriales , de servicio, propios del que, como hizo Cristo, ha de venir a servir y no a dominar[480].
El sacerdocio ministerial, además de representar a Cristo ante la asamblea de los fieles, “actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico”[481].
Cristo instituye la sustancia del sacramento, en la Ultima Cena y deja a la Iglesia la potestad de determinar el rito, grados que son ya de institución apostólica.
Lumen Gentium aclara que se produce en dos etapas, una referida a la institución, en la que Cristo envía a los Apóstoles y les da la gracia para la misión encomendada; y una segunda referida a la sucesión.
Signo sacramental s. I-IV no está claro qué eran la materia y la forma. La Traditio Apostolica (s. III) habla de imposición de manos, que es un signo de transmisión del poder espiritual y del don del Espíritu Santo, y de fórmulas según el grado[482].
Concilio de Trento, cap. III- Orden verdadero, sacramento, signos, palabras dan la gracia.
Pío XII, Const. "Sacramentum Ordinis " (1947) define la materia y la forma: El rito esencial del sacramento del Orden está constituido, para los tres grados, por la imposición de manos del obispo sobre la cabeza del ordenado, así como por una oración consecratoria específica que pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual el candidato es ordenado.
Semillitas al Señor  
  "Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florecilla en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras. (Manuscrito A, 3 r°)
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Vos obráis como Dios, que nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si él no las conociese... (Manuscrito C, 32)
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Puedes, por lo tanto, como nosotras, ocuparte de "la única cosa necesaria", es decir, que aun entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tengas por único fin complacer a Jesús, unirte más íntimamente a él. (Carta 228)
 
El Señor y los corazones...  
  ¡Ah, qué verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones!... ¡Qué cortos son los pensamientos de las criaturas!... (Manuscrito C, 19 v°)
 
El Señor Es ternura...  
  Al entregarse a Dios, el corazón no pierde su ternura natural; antes bien, esta ternura crece haciéndose más pura y más divina. (Manuscrito C, 9 r°)
 
El Señor esta siempre con nosotros...  
  cielo que le es infinitamente más querido que el primero: ¡el cielo de nuestra alma, hecha a su imagen, templo vivo de la adorable Trinidad!... (Manuscrito A, 48)
 
Santo Rosario  
   
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