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Gran obstáculo para las almas piadosas

II El gran obstáculo para las almas piadosas

El desaliento

El obstáculo mayor y el más ordinario que suele oponer el demonio a las almas que andan por el camino de la virtud y de la santidad, es el desaliento ocasionado por sus recaídas en las faltas. El alma que ha logrado salvar este obstáculo, ha andado la mitad del camino y disfruta de la paz del corazón y de la tranquilidad de espíritu, que tanto ayuda y consuela en las luchas que se han de sostener continuamente, en el camino de la perfección. Por esto, son tan consoladoras las enseñanzas de los santos sobre este punto; y, tratándose de andar por el camino de la infancia espiritual, no hay para qué decir que nuestra Santa Teresita nos dio normas muy claras y alentadoras, para todas las almas que quieran seguirla por este camino. En el libro que escribió su hermana (aquella misma hermana, que, según confesión de Santa Teresita, era la única que conocía todos los repliegues de su alma), y al que puso por titulo: En la escuela de Santa Teresa del Niño Jesús, o sea su verdadero espíritu comentado por ella misma y apoyado en los escritos de los doctores y teólogos de la iglesia, hay también un fragmento dedicado a esta materia tan interesante, que resumiremos aquí, para aprender cómo nos hemos de portar con respecto a nuestras faltas, cómo nos hemos de aprovechar de ellas y aun como las hemos de aceptar con humildad y dulcemente, sin desalentarnos ni impacientarnos en lo más mínimo.

Siempre tendremos faltas y defectos

Hemos de estar prácticamente convencidos de que, en este mundo, nunca llegaremos a servir a Dios, sin faltas ni imperfecciones. Así lo han reconocido todos los santos, y la misma Iglesia Católica. al canonizarlos, no nos dice que estuvieron exentos de faltas y defectos, sino que poseyeron las virtudes en grado heroico, confirmadas con milagros. Si vivimos convencidos de que hemos de continuar caminando, a pesar de nuestras faltas y defectos, nos habremos librado del peligro del desaliento, que tanto daña a las almas piadosas.

Santa Teresita, con una de aquellas graciosas comparaciones, tan típicas en ella, lo enseñaba a una de sus novicias, que se desalentaba, al ver sus imperfecciones. Le decía así:

"Me hacéis pensar en un pequeñuelo, que comienza a sostenerse en pie, pero que todavía no sabe andar. Queriendo llegar de todas maneras hasta lo alto de una escalera, para reunirse con su madre, levanta su piececito para subir el primer escalón. Trabajo inútil; siempre cae, sin poder avanzar. Pues bien: procurad ser este pequeñuelo. Por la práctica de las virtudes levantad siempre vuestro piececito para subir por la escalera de la santidad, y no os imaginéis que podréis subir ni siquiera el primer peldaño, no; Dios Nuestro Señor únicamente os pide buena voluntad. De lo alto de esta escalera, os mira con amor; un día, vencido por vuestros esfuerzos inútiles, bajará él mismo y, tomándoos en sus brazos, os llevará para siempre a su reino, donde ya no le dejaréis nunca más" 14.

San Ligorio, en su libro de la Práctica del amor a Jesucristo, dice:

"Conviene advertir que hay dos clases de tibieza: una inevitable y otra evitable. La inevitable es aquella de la cual ni los mismos santos se han visto libres; y ésta abarca todos los defectos, en que caemos, sin plena voluntad, sino solamente por humana fragilidad. Tales son las distracciones en la oración, las inquietudes interiores, las palabras ociosas, la vana curiosidad, el deseo de figurar, el gusto en el comer y en el beber, los movimientos de la concupiscencia, no reprimidos en seguida, y otros parecidos. Hemos de evitar estos defectos, en la medida de lo posible; mas, por causa de la debilidad de nuestra naturaleza infestada por el pecado, es imposible evitarlos todos. Pero hemos de aborrecerlos, después de haberlos cometido, porque son desagradables a Dios; mas, según ya hemos advertido en el capitulo precedente, hemos de procurar no inquietarnos por ellos. San Francisco de Sales escribe estas palabras: Todos los pensamientos que nos causan inquietud no son de Dios, que es el príncipe de la paz, sino que siempre provienen del demonio o del amor propio o de la estima de nosotros mismos 15.

Hemos de estar persuadidos de que siempre tendremos faltas; de que éstas no estorban nuestra perfección y santidad; de que no impiden el amor y la misericordia de Dios para con nosotros; de que Dios nos pide y exige que vigilemos y luchemos: de que el salir victoriosos o vencidos no son condiciones impuestas ni dependen solamente de nosotros o de sólo nuestra voluntad. Esta doctrina está admirablemente condensada en aquellas reglas de la Suma Espiritual del padre Gaspar de la Figuera, S. J., en sus remedios contra las faltas, la primera de las cuales dice: "Persuadirse de que las ha de haber, y que ha de andar con ellas, cayendo y levantando; que si un niño no quisiera andar, por temor de que caerá a cada paso, nunca vendrá a andar. Va mucho en saber esto, y persuadirse de que ha de quebrar propósitos y ser vencido de pasiones, porque no se admire cuando cae, y alabe a Nuestro Señor que le tiene de su mano."

Así se entiende por qué nuestra Santa Teresita se consuela pensando que no son propiamente ofensas a Dios estas faltas de fragilidad.

"Tendré derecho ­dice­, sin ofender a Dios, a hacer pequeñas tonterías hasta mi muerte, si soy humilde y permanezco pequeña. Ved a los pequeñuelos; no cesan de romper, de rasgar, de caer, a pesar de que aman mucho a sus padres siendo muy amados de ellos"' 16.

"Ser pequeño es reconocer la propia nada, no desalentarse por las faltas, pues, aunque los niños se caen con frecuencia, son demasiado pequeños, para hacerse mucho daño" 17. y, en este mismo sentido, decía: "Los pequeñuelos no se condenan." Cuando le dijeron que hay pequeñas faltas que no ofenden a Dios, se llenó de gozo y esto le ayudó a soportar el destierro de la vida. Y recordaba aquellos textos de los Salmos: "El Señor ve nuestra fragilidad y se acuerda de que no somos sino polvo 18. Al fin "se levantará para salvar a los suaves y humildes de la tierra" 19, sobre lo cual hacia notar la santa: "No dice juzgar, sino salvar" 20.

Provecho de nuestras caídas

Todavía es cosa más consoladora pensar que estas pequeñas miserias no sólo no nos impiden ir al cielo, sino que aún debemos sacar de ellas un provecho positivo para la santidad y unión con Dios. Santa Teresita, a propósito de las imperfecciones, dice:

DEBILIDAD/ACEPTAR: "No me admiro de nada; no me aflijo, al ver que soy la misma debilidad; al contrario, es en ella que me glorifico, y espero descubrir cada día en mí, nuevas imperfecciones. Confieso que estas luces sobre mi nada me hacen un bien mayor que otras luces sobre la fe" 21.

Realmente, lo que más falta nos hace es saber sacar provecho de nuestras propias miserias y caídas. Humillarnos y confesar nuestra nada y miseria; pedir perdón a Dios, y comenzar de nuevo sin desmayos: he aquí el trabajo de toda nuestra vida.

La duda está en que, muchas veces, nuestras faltas no son tan inadvertidas o involuntarias como las de los santos; nosotros nos sentimos más culpables a causa de un mayor consentimiento. A pesar de esto, Santa Teresita todavía nos consuela y nos dice que estas caídas reales y estos descuidos más o menos consentidos no son obstáculo para la vida del amor. Todo está en saberlos utilizar. Parece esto extraño, pero es San Juan de la Cruz quien nos enseña que "el amor sabe sacar provecho de todo, del bien y del mal que encuentra en nosotros" 22.

Después de San Juan de la Cruz, escribe un piadoso teólogo: "Es cosa cierta que, en los planes de Dios, las faltas en que permite que caigamos han de servirnos para nuestra santificación y que de nosotros sólo depende el saber sacar esta ventaja. No obstante, sucede lo contrario y nuestras faltas, más que por sí mismas, nos perjudican por el mal uso que de ellas hacemos...No son los más santos los que menos faltas cometen, sino los que tienen más alientos, más generosidad, más amor, los que más esfuerzos hacen sobre sí mismos, los que no temen tropezar ni aun caer, con tal que puedan avanzar. Dice San Pablo que todo se vuelve en bien para aquellos que aman a Dios. Sí, todo redunda en bien, aun sus mismas faltas y aun, algunas veces, las faltas más graves... No os desalentéis por cualquier falta que cometáis, antes decíos a vosotros mismos: Aunque cayese veinte veces, cien veces cada día, me levantaría cada vez y seguiría mi camino. Al fin ¿qué importa haber caído en el camino, mientras se llegue al término? Dios no nos lo echará en cara" 23.

Y santa Teresita, hablando de si misma: "Cuando me ocurre que caigo en alguna falta, me levanto en seguida" 24. "Una mirada a Jesús y el conocimiento de la propia miseria lo reparan todo" 25. "Cuando se acepta con dulzura la humillación de haber sido imperfecta, la gracia de Dios vuelve en seguida" 26.

Sor Benigna Consolata, en aquellas ilustraciones con que Nuestro Señor la favorecía, pone una comparación por demás clara y sugestiva. "Todo contribuye a labrar el alma ­le decía el Señor­; las mismas imperfecciones puestas en mis divinas manos son otras tantas piedras preciosas, porque yo las cambio en actos de humildad, a los que muevo al alma.

Cuando el alma se entrega a los designios de mi amor, en un momento, sus imperfecciones son transformadas. Si los que levantan edificios pudiesen cambiar los desechos y lo que estorba en nuevos materiales de construcción ¡por cuán felices no se tendrían! Pues bien: el alma fiel puede hacerlo así, con mi gracia, y, entonces, las faltas, aún las más graves y las más vergonzosas, se convierten en las piedras angulares del edificio de su perfección" 27.

Nadie es capaz de decir lo que vale delante de Dios un acto de arrepentimiento amoroso. Decía la ya mencionada sor Benigna Consolata: "Un solo acto de amor repara por mil blasfemias..." ¡Cómo, pues, no ha de reparar el mal causado por faltas incomparablemente mas leves!

Un gran teólogo de la piedad nos da de ello una razón. muy convincente, por cierto, al hablar de la confianza filial que siempre hemos de tener en Dios: "¿Faltas? ­dice-, bien se cometen de cuando en cuando; pero ni son graves ni plenamente admitidas, y el arrepentimiento las sigue tan de cerca, que no tienen tiempo de cambiar el corazón de Dios ni el vuestro" 28.

Consolémonos, con tan hermosa doctrina, y aprendamos de Santa Teresita la manera de recobrar todo lo perdido por las faltas y aun de salir con ganancia, imitando sus ejemplos y siguiendo sus enseñanzas: Es verdad ­dice­ que no siempre soy fiel; pero nunca me desaliento; me pongo en brazos de Jesús. Como una pequeña gota de rocío, me hundo en el cáliz de la divina "Flor de los campos" y allí recupero todo lo perdido y aún mucho más 29.

Lo mismo enseña santa Gertrudis, en sus revelaciones. Dice que, un día, se le apareció el Señor y le puso esta comparación: "El que se da cuenta de que tiene una mancha en las manos, en seguida se las lava. Al instante, no sólo desaparece la mancha, sino que todas las manos quedan más limpias. Esto es lo que les ocurre a mis elegidos: Permito que caigan, a veces en faltas ligeras, para que su arrepentimiento y su humildad las hagan más agradables a mis ojos. Pero no faltan quienes contrarían este designio de mi amor, no apreciando la belleza interior que se adquiere por la penitencia y les hace agradables a mis ojos, y buscando, en cambio, una rectitud únicamente exterior, basada únicamente en los juicios de los hombres" 30.

Esta misma Santa rogaba un día al Señor por una persona acometida por la tentación y recibió la siguiente respuesta: "Yo permito esta tentación, para darle a conocer y para que deplore su defecto; ella se esforzará en vencerlo, y será humillada, al no poderlo lograr del todo, y esta humillación borrará, casi enteramente, a mis ojos otros defectos que ella todavía no ha advertido. El hombre que ve una mancha en su mano, no lava solamente la mancha, sino las dos manos. Así las purifica de todas las manchas, que tal vez no hubieran desaparecido si aquella mancha más visible no hubiese dado ocasión" 31.

Haciéndolo así, no sólo encontraremos la paz y el gozo del espíritu, sino que, además, creceremos en gracia y en mérito delante de Nuestro Señor, pues valdrá mucho más lo que ganaremos con un acto de amoroso arrepentimiento que lo que nos hayan hecho perder nuestras faltas.

Semillitas al Señor  
  "Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florecilla en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras. (Manuscrito A, 3 r°)
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Vos obráis como Dios, que nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si él no las conociese... (Manuscrito C, 32)
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Puedes, por lo tanto, como nosotras, ocuparte de "la única cosa necesaria", es decir, que aun entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tengas por único fin complacer a Jesús, unirte más íntimamente a él. (Carta 228)
 
El Señor y los corazones...  
  ¡Ah, qué verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones!... ¡Qué cortos son los pensamientos de las criaturas!... (Manuscrito C, 19 v°)
 
El Señor Es ternura...  
  Al entregarse a Dios, el corazón no pierde su ternura natural; antes bien, esta ternura crece haciéndose más pura y más divina. (Manuscrito C, 9 r°)
 
El Señor esta siempre con nosotros...  
  cielo que le es infinitamente más querido que el primero: ¡el cielo de nuestra alma, hecha a su imagen, templo vivo de la adorable Trinidad!... (Manuscrito A, 48)
 
Santo Rosario  
   
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