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Cristo Redentor
TEMA 22: CRISTO REDENTOR
 
22.1. La triple función redentora de Cristo: Profeta, Sacerdote, Rey.
22.2. Valor salvífico de todos los misterios de la vida, muerte y glorificación de Jesús.
22.3. El misterio pascual: muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo.
22.4. El modo de la redención: satisfacción, mérito y eficiencia.
22.5. Frutos de la redención: liberación y reconciliación.
 
A) DESARROLLO
22.1. La triple función redentora de Cristo: Profeta, Sacerdote, Rey.
“Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús”[226]. Cristo es hombre y Dios, por eso puede ser mediador entre ambos. El fundamento de su mediación es la unión hipostática.
Los llamados tria munera son los aspectos fundamentales que se pueden considerar implícitamente en estas palabras de Cristo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”[227]. Se trata de las funciones pastoral (o real), profética (o magisterial) y sacerdotal. Estas tres funciones no son independientes, sino como ramas de un mismo tronco: la Encarnación.
a) Cristo, Profeta y Maestro
Cristo es la plenitud de la revelación de Dios. En los relatos evangélicos apreciamos que Cristo enseña y profetiza de manera excelsa: por su ciencia, autoridad y modo de enseñar se muestra como el único Profeta y Maestro.
Cristo Profeta anuncia el Evangelio, la Buena Nueva, del Reino de Dios. Es enviado por el Padre para llevar a los hombres la Palabra de Dios. El carácter supremo y definitivo de las enseñanzas de Jesús se fundamenta en su condición de Dios-Hombre, por la que sus palabras humanas son, en sentido pleno, palabras humanas de Dios. Jesús, al mismo tiempo, es el Maestro que enseña y la Verdad enseñada.
b) Jesucristo, sacerdote de la Nueva Alianza.
La Sagrada Escritura recoge abundantes testimonios del carácter sacerdotal del Mesías: "Tu es sacerdos in aeternum..."[228];  la Carta a los Hebreos presenta a Cristo como el Gran Sacerdote de la Nueva Alianza.
      b.1) El Mesías, sacerdote y rey
Es sobre todo en su cualidad de sacerdote como Jesús aparece sentado a la diestra del Padre. Se trata, pues, de un reinado sacerdotal y de un sacerdocio regio. La salvación del pueblo mediante los sufrimientos del Mesías incluye la afirmación de que su muerte es redentora, en el sentido preciso de que es sacrificio. La alianza implica un sacrificio y, por tanto, un mediador con funciones sacerdotales. El sacerdocio de Cristo es único y supera todo otro sacrificio.
      b.2) La noción de sacerdote. Sacerdote según el orden de Melquisedec
Se aplica esta expresión a Cristo por tres razones: 1ª) Melquisedec significa “rey de justicia”; es rey de Salem, que significa rey de paz. 2ª) Por ser sin padre, sin madre, sin genealogía se asemeja al Hijo de Dios, que no tiene principio ni fin. 3ª) Porque recibió de Abraham los diezmos, señal de su superioridad. Como se ha solido interpretar en la figura de Melquisedec, es esencial al sacerdote el pertenecer a la familia humana y el haber sido elegido y constituido por Dios para hacer ofrendas y sacrificios por los pecados. En Cristo se cumplen plenamente estos requisitos: verdadera humanidad, vocación divina, consagración, relación al sacrificio.
      b.3) Sacerdote y víctima
Una de las razones en que se apoya la afirmación del sacerdocio de Cristo es el carácter sacrificial que tuvo su muerte. Este sacrificio, al mismo tiempo, viene descrito como muy superior a todos los sacrificios antiguos. Éstos eran sólo su figura y recibían su valor precisamente de su ordenación a él. El valor de este sacrificio es superior a todos, no sólo por el sacerdote que lo ofrece, sino por la víctima ofrecida —de valor infinito—; también por la perfección con que se unen, en un mismo sujeto, el sacerdote que ofrece y la víctima ofrecida.
      b.4) Unidad y eternidad del sacerdocio de Cristo
Todo otro sacerdocio -el sacerdocio de la Nueva Alianza- no es más que participación en ese único sacerdocio de Jesucristo. Esto tiene lugar tanto en el sacerdocio de los fieles y como en el sacerdocio ministerial. El sacrificio ofrecido por Cristo en la cruz tuvo lugar una sola vez.
Se dice que el sacerdocio de Cristo es, además, eterno porque sus efectos -la glorificación de Dios y la salvación de los hombres- alcanzan a toda la historia y durarán para siempre. Cristo sigue ejerciendo eternamente su sacerdocio.
      b.5) Cristo, sacerdote en su humanidad. El Constitutivo esencial de su sacerdocio
La mediación (ascendente y descendente) se da en Jesucristo precisamente por su humanidad, en cuanto unida hipostáticamente al Verbo. Por una parte, sacrificar y orar son actos del hombre, no de Dios; por otra, el valor infinito de esta mediación le viene a la humanidad de Cristo de su unión, en unidad de persona, con el Verbo.
El constitutivo formal del sacerdocio de Cristo es la unión hipostática, en cuanto que por ella su humanidad ha sido constituida en humanidad de Dios y, por tanto, en mediación perfecta entre Dios y los hombres (este matiz es importante).
La totalidad del misterio y de la obra de Cristo es sacerdotal, porque Él es substancialmente sacerdote.
c) Cristo Rey y Pastor
Afirmar que Cristo es Rey no es una metáfora ni la simple atribución de un título de honor. La realeza de Cristo es una realidad radicada en su condición de Dios-Hombre y se fundamenta en la unión hipostática. El Reino de Cristo no es de este mundo sino un reino esencialmente espiritual, interior al hombre.
Cristo es también Juez, Legislador, y Señor, pero no se puede entender este poder de juzgar al margen de la voluntad salvífica de Dios. Ser Rey es, en Cristo Jesús, lo mismo que ser Salvador: estar bajo el reino de Cristo es ser salvo, mientras que rechazar su reino es rechazar la salvación.
El Reino de Cristo es universal; puede decirse que abraza todo lo creado. Sin embargo este reino se instaura poco a poco: tiene su inicio en la encarnación y sólo al fin de la historia alcanzará su plenitud.
 
22.2. Valor salvífico de todos los misterios de la vida, muerte y glorificación de Jesús.
Santo Tomás expone esta doctrina basándose en la perfección de la naturaleza humana de Cristo y la unión hipostática. Haber merecido la salvación desde el primer acto no hace inútiles los demás, ni hace que sus méritos le sean más debidos por más razones. Hay una relación causal entre los misterios de la vida de Cristo y los frutos de salvación para los hombres.
Toda acción humana de Jesús, considerada en sí misma, podía ser suficiente para salvar a todo el género humano, por ser acción del Dios-Hombre, mediador perfecto entre Dios y los hombres. Pero la voluntad divina fue que la redención se operase a través de la muerte y glorificación de Cristo.
La esencia del acto redentor es el amor del Hijo de Dios, en cuanto ofrenda de su humanidad al Padre por la salvación de los hombres. Este amor se manifiesta en su obediencia al Padre.
a) La Encarnación
La encarnación trae ya consigo el comienzo de la salvación. Al encarnarse, el Verbo toma sobre sí a todo el género humano; en cierto sentido, se une a todo hombre.
Los años de la vida oculta de Cristo no son una simple preparación para su ministerio público sino auténticos actos redentores. El Verbo eterno, sumiendo no sólo la naturaleza humana, sino también una vida ordinaria, ha redimido y santificado todas las realidades nobles de las que está entretejida la vida común los hombres.
b) La vida pública
Es aún más fácil captar el valor salvífico de la vida pública de Jesús: en su predicación anuncia el reino de Dios, llama a la conversión y libra las conciencias del error; sus milagros eran -ya en sí mismos- presencia del reino, confirmaban su mensaje de salvación y reforzaban la fe de los discípulos. Esta eficacia de redención se manifiesta con gran claridad, sobre todo cuando Cristo perdona los pecados y expulsa los demonios.
c) Pasión y muerte de Jesús
La muerte de Cristo no fue uno de los posibles términos de su vida terrena, sino la meta terrena prevista que consumaba su acción redentora, querida por Dios y querida también por la voluntad humana de Jesús.
La pasión de Jesús es, antes que nada, iniciativa del Padre. No sólo lo era su misión sino también su fidelidad hasta la muerte. Esta iniciativa del Padre es un verdadero mandato. Por eso Jesús habla de obediencia al Padre a la hora de aceptar la cruz. Al obedecer, Jesús actúa con total libertad: nadie le quita la vida, sino que Él es quien la entrega.
Aunque el Padre no quería con voluntad positiva y directa la muerte de Cristo -Dios no puede querer la injusticia- es cierto que lo “entrega” al destino de morir abandonándolo en medio de las fuerzas del mal.
d) Glorificación de Jesús
Esta exaltación comporta la resurrección de entre los muertos, su ascensión a la diestra del Padre y el envío del Espíritu Santo. No es algo que simplemente aconteció a Cristo una vez cumplida nuestra redención, sino que esta glorificación es parte integrante de la obra redentora. El alma de Cristo, unida secundum Personam al Verbo, recibe ya plenamente la gloria que se deriva de la visión beatífica inmediatamente después de la muerte -en el descenso a los infiernos-; aunque la completa glorificación de Cristo tiene lugar mediante la resurrección y ascensión a los cielos.
 
22.3. El misterio pascual: muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo.
La muerte de Cristo era la meta prevista que consumaba su acción redentora. La iniciativa es del Padre. Cristo es la donación de Dios a la humanidad. Es muerte por separación del alma y del cuerpo -la manera de morir propia de la naturaleza humana-. Así se muestra, una vez más, la realidad de la naturaleza asumida. Pero alma y cuerpo permanecen unidos a la divinidad por la indisolubilidad de la unión hipostática. En la separación alma-cuerpo no se ve afectada la persona del Verbo, sino sólo su naturaleza humana. El cuerpo, que ue sepultado, no sufrió corrupción; y su alma descendió a los infiernos, mostrando verdaderamente la muerte de Cristo -su soberanía sobre la vida y la muerte- y liberando a los justos.
La fe en Jesús como Señor está en dependencia del acontecimiento supremo en que se manifiesta: la resurrección -”¡El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón!”[229]-. Ésta tiene una dimensión soteriológica indiscutible: “Si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe”[230]. Además, constituye la auténtica y definitiva victoria sobre la muerte; una victoria que es parte esencial de nuestra redención.
Cristo resucitó uniendo, por su propia virtud, su alma a su cuerpo. Éste tiene características de cuerpo glorioso. En los actos que nos narra el Evangelio se ve que es un cuerpo humano verdadero, el mismo que murió (llagas); informado por un alma con funciones nutritivas, sensitivas e intelectivas, y unido a la naturaleza divina (milagro de la pesca, Ascensión).
La ascensión de Cristo es un artículo de fe. En ella se expresa el señorío de Jesús, su plenitud de vida y poder. Afecta no sólo a la exaltación de Cristo en cuanto tal, sino al ejercicio de su mesianismo. La ascensión tiene importancia en la historia de la salvación: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré”[231]. La ascensión no añade nada a la resurrección con respecto a la glorificación de Cristo en sí misma, pero sí añade el “estar sentado a la derecha del Padre”. Esta última expresión incluye el pleno ejercicio sobre toda la creación de su potestad universal de Señor. Es ese ejercicio el que causa nuestra salvación.
Con Pentecostés se inaugura el tiempo de la Iglesia, y recibe su último cumplimiento la redención.
 
22.4. El modo de la redención: satisfacción, mérito y eficiencia.
La redención tiene tantos aspectos como facetas tiene la liberación del pecado. Destacan los tres aspectos recogidos en el título de esta pregunta. Cristo ha satisfecho por nuestros pecados, ha merecido la nueva vida para nosotros y, como causa eficiente, produce en nosotros esa nueva vida de la gracia y de la gloria. No se trata de elementos desconectados entre sí, sino de tres aspectos del mismo y único misterio.
a) La satisfacción por los pecados
Designa lo que la muerte de Cristo tiene de reparación a Dios por la ofensa cometida por la humanidad. Por ser don del Padre a los hombres, la satisfacción no es primordialmente una obra humana sino iniciativa divina.
Cristo no sufrió un castigo -en el sentido estricto del término- por nuestras iniquidades, pero las tomó sobre sí y padeció verdaderos sufrimientos por nuestros pecados[232].
Características de esta satisfacción:
      a.1) Sustitución penal
La teoría de la sustitución penal afirma que Cristo es castigado en nuestro lugar. Como explicación de la Redención es inaceptable: supondría castigar a un inocente en vez de castigar al culpable; por tanto, estaría en contradicción con la infinita justicia de Dios.
      a.2) Satisfacción vicaria
Cristo, con su muerte, expió los pecados de los hombres; y el Padre aceptó esa expiación voluntaria, ofrecida por Cristo, como satisfacción por nuestros pecados. A esto hace referencia el término “vicaria” porque es una reparación ofrecida en nuestro lugar, por pecados ajenos: no satisface en vez de nosotros, sino como nuestra Cabeza. Esta capitalidad se manifiesta en su solidaridad con los hombres. Se diferencia de la sustitución penal en que a Cristo no se le imputa nuestro pecado, ni es castigado como si fuera culpable.
Es el mismo Padre el que pone en el corazón de Cristo la caridad necesaria para la entrega de la propia vida por la salvación de los hombres. Dicha entrega es real y dolorosa. Pero el aspecto esencial de la satisfacción no es la expiación de la penas mediante el sufrimiento, sino el amor y la obediencia.
      a.3) Satisfacción adecuada y sobreabundante
Satisfacción adecuada es aquella que compensa realmente la ofensa; aquella que repara objetivamente la ofensa inferida en toda su intensidad.
El pecado es una ofensa a Dios. Esta ofensa, en cierto sentido, es infinita, dada la infinitud del amor que rechaza y de la santidad a la que se opone. Sólo una satisfacción de valor infinito puede compensar adecuadamente lo que el pecado tiene en sí mismo de ofensa a Dios. Sólo el Hombre-Dios podía ofrecer una satisfacción infinita, pues sólo sus actos tienen valor infinito.
Hay que afirmar esto sin disminuir la soberana libertad de Dios a la hora de elegir el camino para salvar al hombre. La satisfacción operada por Cristo aparece así como conveniente para la salvación del hombre, pero no como necesaria. Sólo sería necesaria en la hipótesis de que se quisiera una reparación adecuada ex toto rigore justitiae.
Cualquier acto de amor y de obediencia de Cristo era suficiente para una satisfacción adecuada. Se dice que fue sobreabundante en referencia a sus efectos: “Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”[233]. Cristo restituyó al hombre a un estado de gracia superior al que tenía Adán antes de la caída.
      a.4) Satisfacción infinita
Es conclusión lógica de ser adecuada y sobreabundante. La Persona que realiza las acciones de Cristo -el Verbo- tiene una dignidad infinita; por tanto, la satisfacción de Cristo posee un valor intrínsecamente infinito.
b) El mérito de Cristo
El concepto de mérito hace referencia al valor moral de una actuación. Se distinguen dos tipos: de condigno y de congruo. El primero es aquel que existe cuando se da igualdad entre la calidad de la obra realizada y el premio que se va a recibir, de forma que el premio se debe en estricta justicia. Se aplica al merecimiento personal. En el segundo, el premio sólo es debido a la liberalidad de quien premia (no en justicia). Sólo mediante el mérito de congruo se puede merecer por los demás.
Los méritos de Cristo son infinitos por razón de la Persona. Jesús, con su obediencia hasta la muerte, merece para sí su glorificación; y para el género humano el perdón de los pecados. Mereció nuestra salvación por ser Cabeza de la Humanidad, como si la mereciese para sí mismo: por eso se dice que el mérito de Cristo es de condigno.
Decir que Cristo merece implica afirmar su actuación moral, o sea, su actuación con auténtica libertad humana en estado de caminante.
c) La eficiencia de Cristo
Jesús no solo mereció para nosotros la gracia sino que la causa realmente en nosotros. La causa eficiente principal de la gracia de la salvación sólo puede ser Dios, pero Dios causa esta gracia en nosotros mediante la humanidad de Jesús. La humanidad del Hijo de Dios es el instrumento que su divinidad quiso utilizar para producir -y no sólo para merecer- todas las gracias en los hombres.
Tienen eficiencia actual sobre nosotros tanto Cristo glorioso como los misterios de su existencia terrena. La eficiencia de esos hechos acaecidos en el pasado alcanza todo momento sucesivo de la historia. Además, todos los misterios de su vida, muerte y glorificación obran nuestra salvación todos juntos y al mismo tiempo.
 
22.5. Frutos de la Redención: liberación y reconciliación.
Redención indica liberación mediante el pago del precio justo.
Salvación indica liberación de un mal (físico o moral). Siendo así, la salvación tendrá por objeto tantos aspectos y niveles como tengan los males que aquejan o pueden aquejar al hombre. Y afectará, en primer lugar, a la raíz de todos los males que aquejan al hombre: el pecado. Por tanto, la salvación comporta inseparablemente la reconciliación del hombre con Dios.
a) La liberación del pecado
No se trata sólo de una no imputación meramente legal, sino de una auténtica curación. La victoria de Cristo incluye arrancar el mal del corazón del hombre: hacer del hombre una nueva criatura. Implica también que el hombre puede, con la gracia de Dios, vencer en sí mismo el poder del pecado -las tendencias hacia el mal-. Cristo libera al hombre de las consecuencias del pecado: el error, el poder de Satanás y del dominio de la muerte. La liberación del pecado comporta, por último, la liberación de la pena debida por el pecado.
Todo esto no significa que los hombres no seamos todavía pecadores: Cristo ha instituido una causa universal de remisión de los pecados, pero es preciso que se aplique a cada individuo.
b) La liberación del poder del demonio
En la medida en que el hombre es esclavo del pecado, se encuentra también bajo el dominio del demonio, no porque Satanás tenga un derecho sobre el pecador, sino porque tiene un mayor influjo sobre él para inducirlo al mal. La llegada del reino de Dios implica la destrucción del poder tiránico del demonio. Esta victoria ya ahora es real, aunque todavía no se le ha arrebatado todo poder de tentar a los hombres. El Señor nos libera del poder del diablo precisamente al liberarnos del poder del pecado, que es el instrumento de su dominio sobre el hombre.
c) Liberación de la muerte
La muerte, y todo lo que de dolor y frustración se sintetiza en ella, es pena del pecado[234]. La liberación del pecado comporta la liberación de la muerte. La victoria de Cristo sobre el dolor y sobre la muerte conlleva haberlos cambiado de signo: su negatividad se convierte en positividad. Nuestro dolor y nuestra muerte adquieren ahora el mismo sentido que tuvieron los de nuestro Redentor.
d) Liberación de la antigua ley
Jesucristo no vino a “destruir la ley, sino a darle cumplimiento”[235]. Lleva la Ley Antigua a su última perfección: una perfección que la trasciende, al mismo tiempo que le da plenitud. Ha concedido al hombre un acceso fácil y abundante a las fuentes de la gracia para la lucha contra el pecado.
Los preceptos morales de la ley mosaica continúan vigentes porque ésta no hacía sino recoger lo que es de ley natural.
e) La reconciliación de los hombres con Dios
La reconciliación no es otra cosa que la redención, considerada en su aspecto positivo de realidad nueva que implica el perdón de los pecados -que habían constituido a los hombres en enemistad con Dios-. El perdón es verdadera aniquilación del pecado hasta tal punto que se trata de una transformación del hombre, mediante la gracia sobrenatural, tan profunda que se denomina nueva criatura al que la recibe. Es una auténtica renovación interior que lleva a los hombres a una unión con Dios más íntima que la de Adán.
 
B) RESUMEN
La triple función redentora de Cristo: Profeta, Sacerdote, Rey.
Las funciones pastoral (o real), profética (o magisterial) y sacerdotal no son independientes, sino como ramas de un mismo tronco: la Encarnación. Cristo es enviado por el Padre para llevar a los hombres la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, es el Maestro que enseña y la Verdad enseñada.
En el sacrificio de Cristo se unen, en un mismo sujeto, el sacerdote que ofrece y la víctima ofrecida. Cristo sigue ejerciendo eternamente su sacerdocio. El constitutivo formal del sacerdocio de Cristo es la unión hipostática, en cuanto que por ella su humanidad ha sido constituida en humanidad de Dios y, por tanto, en mediación perfecta entre Dios y los hombres.
La realeza de Cristo es una realidad radicada en su condición de Dios-Hombre y se fundamenta también en la unión hipostática.
Valor salvífico de todos los misterios de la vida, muerte y glorificación de Jesús.
La encarnación trae ya consigo el comienzo de la salvación. Los años de la vida oculta de Cristo  son auténticos actos redentores. La eficacia de redención se manifiesta con gran claridad en su vida pública, sobre todo cuando perdona los pecados y expulsa los demonios. La muerte de Cristo fue la meta terrena prevista que consumaba su acción redentora. La exaltación de Cristo comporta la resurrección de entre los muertos, su ascensión a la diestra del Padre y el envío del Espíritu Santo. Esta glorificación es parte integrante de la obra redentora.
El misterio pascual: muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo.
Su muerte en la Cruz es la consumación de su existencia terrena y del sacrificio redentor. Su resurrección es parte esencial de nuestra redención. En la ascensión de Cristo se expresa su señorío, su plenitud de vida y poder. Tiene importancia en la historia de la salvación: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré”[236].
El modo de la redención: satisfacción, mérito y eficiencia.
Cristo ha satisfecho por nuestros pecados, ha merecido la nueva vida para nosotros y, como causa eficiente, produce en nosotros esa nueva vida de la gracia y de la gloria. No se trata de elementos desconectados entre sí, sino de tres aspectos del mismo y único misterio. Satisfacción designa lo que la muerte de Cristo tiene de reparación a Dios por la ofensa cometida por la humanidad. Se dice que es vicaria, adecuada y sobreabundante..
El concepto de mérito hace referencia al valor moral de una actuación. Los méritos de Cristo son infinitos por razón de la Persona. Su mérito se dice que es de condigno .
Jesús no solo mereció la gracia sino que la causa realmente en nosotros. La causa eficiente principal de la gracia de la salvación sólo puede ser Dios, pero Dios causa esta gracia en nosotros mediante la humanidad de Jesús.
Frutos de la redención: liberación y reconciliación.
Redención indica liberación mediante el pago del precio justo. Salvación indica liberación de un mal (físico o moral). Tiene por objeto tantos aspectos y niveles como tienen los males que aquejan o pueden aquejar al hombre. Comporta. por tanto, la liberación del pecado y de sus consecuencias: el error, el poder de Satanás y el dominio de la muerte; así como de la Ley Antigua.
La reconciliación es una auténtica renovación interior que lleva a los hombres a una unión con Dios más íntima que la de Adán.
 
C) BIBLIOGRAFÍA
Ocáriz, F.; Mateo-Seco, L.F.; Riestra, J.A.: El misterio de Jesucristo. Eunsa. Pamplona. 2ªed., 1993; pp. 217-270 y 303-435.
Semillitas al Señor  
  "Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florecilla en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras. (Manuscrito A, 3 r°)
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Vos obráis como Dios, que nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si él no las conociese... (Manuscrito C, 32)
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Puedes, por lo tanto, como nosotras, ocuparte de "la única cosa necesaria", es decir, que aun entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tengas por único fin complacer a Jesús, unirte más íntimamente a él. (Carta 228)
 
El Señor y los corazones...  
  ¡Ah, qué verdad es que sólo Dios conoce el fondo de los corazones!... ¡Qué cortos son los pensamientos de las criaturas!... (Manuscrito C, 19 v°)
 
El Señor Es ternura...  
  Al entregarse a Dios, el corazón no pierde su ternura natural; antes bien, esta ternura crece haciéndose más pura y más divina. (Manuscrito C, 9 r°)
 
El Señor esta siempre con nosotros...  
  cielo que le es infinitamente más querido que el primero: ¡el cielo de nuestra alma, hecha a su imagen, templo vivo de la adorable Trinidad!... (Manuscrito A, 48)
 
Santo Rosario  
   
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